miércoles, 19 de noviembre de 2014

¿POR QUÉ IR A MISA EL DOMINGO?

 El domingo es la fiesta cristiana por excelencia. Desde los tiempos de los Apóstoles hasta nuestros días, los cristianos hemos dedicado este día a  dar culto a Dios mediante la participación en la Santa Misa.
Sin embargo en ocasiones se nos presentan dificultades -personales, motivadas por el ambiente, etc.-  que nos impiden continuar con esta práctica esencial de nuestra fe. Es más, puede darse que la Santa Misa, que es lo más grande que puede tener lugar en un día, nos resulte una obligación costosa, aburrida, que no nos dice nada. Si sucede esto quizás sea porque no sabemos qué es la Santa Misa, qué ocurre cada vez que un sacerdote celebra la Eucaristía.

En estas líneas ofrecemos algunas ideas  básicas de la doctrina católica que ponen de relieve la importancia capital de la Misa.

1.      EL PRECEPTO DE DAR CULTO A DIOS
Al asistir al Santo Sacrificio de la Misa cumplimos el precepto natural (que tiene todo hombre, cristiano o no) de dar culto a Dios. Para un cristiano, este precepto natural está explícitamente señalado por Dios en el tercer mandamiento del Decálogo: "Santificarás las fiestas" (Cfr. Deuteronomio 5, 12).
 La obligatoriedad y gravedad del mandamiento tiene su origen en el mismo Dios que, cuando creó el mundo en seis días, descansó el séptimo día y lo santificó (cfr. Génesis 2, 2-3). No ha sido, pues la Iglesia quien nos ha impuesto la obligación de dar culto a Dios. Lo único que hace es concretar para todos los católicos de qué modo y cuándo hemos de darle culto. Para ello promulga unas leyes apoyándose en serias y rigurosas razones que, en el caso de la asistencia a la Misa dominical, son las que brevemente veremos a continuación.

1.      ¿POR QUÉ LA MISA?
 Muchos son los que estarían dispuestos a cambiar la asistencia al Sacrificio del altar por otra obra piadosa que ellos “sintiesen” más. ¿Por qué –se preguntan- hemos de dar culto a Dios a través de la asistencia a la Misa? La respuesta es doble:
        a) La Santa Misa es la renovación incruenta (sin derramamiento de sangre) del Sacrificio de Jesucristo en el Calvario. Por tanto, supera con creces cualquier obra buena que nosotros podamos hacer, aun en el caso de que esa obra la hagamos poniendo un gran sentimiento, o represente mucho para nosotros. Una sola Misa vale mucho más -da más gloria a Dios- que todas las oraciones juntas de todos los santos de la historia incluida la Virgen. La razón es que la Sagrada Eucaristía es una acción de Jesucristo y, como Jesucristo es Dios, es una acción divina.
        b) Además, cuando Jesucristo instituyó la Eucaristía en la Ultima Cena con sus apóstoles, les dice, mandándoles: "Haced esto en memoria mía" (Lucas 22, 19).

2.      ¿POR QUÉ EL DOMINGO?
 Las razones de por qué es el domingo el día que tenemos obligación de asistir a la misa pueden resumirse en estas dos:
        a) El séptimo día de la semana Dios descansó y lo santificó (cfr. Génesis, 2, 2-3). Descanso en el trabajo y culto a Dios son dos actividades que siempre se han dado juntas. Quedarse con el descanso-diversión del domingo olvidando por completo el descanso-culto a Dios es quitar algo que Dios ha puesto en la vida de los hombres desde la Creación.
        b) Jesucristo resucitó “el primer día de la semana”, es decir,  el día después del sábado, que con el tiempo recibirá el nombre de “domingo”.  El origen del domingo cristiano (dies Domini = día del Señor) está en la Resurrección del Señor, hecho histórico del que se parte y alrededor del cual gira toda la vida cristiana desde los primeros momentos.

3. LA SANTA MISA ES EL CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA
 El Concilio Vaticano II nos enseña que la Santa Misa debe ser el centro y la raíz de la vida cristiana. Efectivamente, cuando tenemos una necesidad urgente pedimos al sacerdote que rece en la Misa; cuando queremos dar gracias a Dios por algo que nos ha salido bien, asistimos a ella porque nos consideramos en deuda con El; cuando fallece un familiar, nuestra piedad nos impulsa a “encargar” una Misa al sacerdote.
 San Juan Pablo II escribía: “Grande es ciertamente la riqueza espiritual y pastoral del domingo, tal como la tradición nos lo ha transmitido. El domingo, considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es como una síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirlo bien. Se comprende, pues por qué la observancia del día del Señor signifique tanto para la Iglesia y sea una verdadera y precisa obligación dentro de la disciplina eclesial. Sin embargo, esta observancia, antes que un precepto, debe sentirse como una exigencia inscrita profundamente en la existencia cristiana. Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical (...). La gracia que mana de esta fuente renueva a los hombres, la vida y la historia”. (Juan Pablo II, Carta Ap. DiesDomini, n. 81).

4.  LA ASISTENCIA A MISA CONSTITUYE OBLIGACIÓN GRAVE
 La Santa Misa, como se ve, es mucho más que una obligación. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿por qué, entonces, la asistencia a Misa obliga bajo pena de pecado grave? En un principio no hacía falta esta obligación, ya que todos los cristianos acudían conscientes de su importancia. Pero sucede que los hombres nos acostumbramos a las cosas buenas y con frecuencia caemos en la rutina, en la dejadez y el olvido. Con palabras semejantes, nos recordaba San Juan Pablo II: “la Iglesia no ha cesado de afirmar esta obligación de conciencia, basada en una exigencia interior que los cristianos de los primeros siglos sentían con tanta fuerza, aunque al principio no se consideró necesario prescribirla. Sólo más tarde, ante la tibieza o negligencia de algunos ha debido explicitar el deber de participar en la misa dominical” (Carta Ap. DiesDomini, n. 47).  Por eso la Iglesia, para ayudarnos a superar esas naturales inclinaciones nos puso este mandamiento: Oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto.
“El primer mandamiento (‘oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles’) exige a los fieles que santifiquen el día en el cual se conmemora la Resurrección del Señor y las fiestas litúrgicas principales en honor de los misterios del Señor, de la Santísima Virgen María y de los santos, en primer lugar participando en la celebración eucarística, y descansando de aquellos trabajos y ocupaciones que puedan impedir esa santificación de estos días” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2042). Esta asistencia tiene lugar el domingo y el día festivo, o la víspera por la tarde, normalmente en la parroquia.
 El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “la Eucaristía del domingo fundamenta y confirma toda la práctica cristiana. Por eso los fieles están obligados a participar en la Eucaristía los días de precepto, a no ser que estén excusados por una razón seria (por ejemplo, enfermedad, cuidado de niños pequeños) o dispensados por su pastor propio. Los que deliberadamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave” (nº 2181). Como el precepto obliga antes de la mayoría de edad (desde que los niños alcanzan el uso de razón) sobre los padres y tutores pesa la responsabilidad grave de facilitar su cumplimiento a los hijos en esas edades, aun en los casos en los que los padres y tutores no practiquen. 

5. ALGUNAS RECOMENDACIONES DE SAN JUAN PABLO II SOBRE LA ASISTENCIA A MISA
-          “Respetad la santidad del domingo. Id a Misa todos los domingos. En la Misa, el Pueblo de Dios se reúne en unidad en torno al altar para adorar a Dios e interceder. En la Misa actuáis el gran privilegio de vuestro Bautismo: alabar a Dios en unión con Cristo, su Hijo, alabarle en unión con la Iglesia” (Homilía, 29-V-1982).
-           “Deseo recomendaros la participación en la Santa Misa de los días festivos. Comprometeos a no faltar nunca. El cristiano es el hombre de la Santa Misa porque ha comprendido que Cristo renueva para él su sacrificio redentor” (Homilía, 14-III-1982).
-          “La Misa festiva es la base de todo, y debo pediros que no la omitáis, que seáis asiduos a ella, que, cada domingo y cada fiesta, os sintáis invitados por el Señor para encontrarlo juntos, en torno a la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo” (Homilía, 10-III-1985).

-          “Quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo! Sí, abramos nuestro tiempo a Cristo para que él lo pueda iluminar y dirigir. (...) El tiempo ofrecido a Cristo nunca es un tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida” (Carta Ap. Dies Domini, n. 7).

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