JUAN MANUEL DE PRADA. Extracto de su artículo: "¡Demonios!", publicado en XL SEMANAL
Los demonios, nos enseña la teología, son ángeles, espíritus puros que no comparten con los humanos las debilidades de la carne; y que, si se sirven de tales debilidades para atraer a los hombres, es precisamente para humillarlos, pues íntimamente se saben inferiores a ellos (puesto que al hombre le basta su libertad para combatirlos). ¿Y qué es lo que Satanás ofrece al hombre para engatusarlo? No le ofrece riquezas o placeres materiales; o, mejor dicho, se los ofrece, pero solo como prólogo o vía de acceso a su ofrecimiento definitivo, que no es de naturaleza material, sino espiritual: «Seréis como dioses». Esta soberbia del hombre que se endiosa y se encarama en el trono divino es la gran tentación diabólica; y para hacerla realidad, el demonio siempre empieza persuadiendo al hombre de que no existe, para después persuadirlo de que tampoco existe Dios y terminar, en fin, persuadiéndolo de que el único Dios existente y digno de adoración es el propio hombre. Entregarse a Satán es creer que podemos acabar con el Mal con nuestras propias fuerzas, creer que podemos extirparlo de nuestras vidas gracias a nuestros buenos sentimientos y a nuestras potentes máquinas, instaurando un paraíso de progreso en la tierra. Así actuó la antigua serpiente, allá en el Edén; y así siguen actuando hoy las ideologías que fanatizan a los hombres.
Concluiremos citando, (nuevamente), a Baudelaire, que vio al demonio de cerca y nos lo hizo ver de manera extraordinariamente vívida en su poesía (llena de drama y conflicto, a diferencia del arte contemporáneo): «Es más difícil amar a Dios que creer en Él. Por el contrario, a los hombres de este siglo les resulta más difícil creer en el demonio que amarlo. Casi todos lo aman y casi nadie cree en él».
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