lunes, 10 de noviembre de 2014

EL VALOR ETERNO DEL MÁS PEQUEÑO GESTO DE AMOR Y DEVOCIÓN


En este mes de noviembre, en el que la Iglesia nos recuerda que tenemos una obligación de justicia y caridad de rezar por nuestros difuntos, he querido compartir con vosotros una anécdota sobre el  Cura de Ars, que recoge Jesús Simón Pardo en su libro “Al final de esta vida. Verdades eternas” (Cuadernos Palabra), libro que os recomiendo de lectura espiritual para este mes.

En el pequeño pueblo de Ars vivía un hombre descreído y blasfemo, que murió rechazando los últimos sacramentos.

A los quince o veinte días de su muerte, su viuda fue a llorar ante el Sagrario de la iglesia parroquial. La vio el santo Cura, que estaba en el confesonario, y levantándose se dirigió hacia ella y le dijo:
-       Señora, no llore pues su marido se ha salvado; deberá ofrecer muchos sufragios, pues está en el purgatorio, pero se ha salvado.

Aquellas palabras parece que no la convencieron y le contestó al sacerdote:
-       Por favor, no aumente mi pena; cómo se va  a salvar si ha muerto blasfemando y rechazando los sacramentos.

Pero el Cura de Ars le preguntó:
-       ¿Su esposo trajo flores alguna vez a la Virgen?

Después de pensar un momento, la viuda respondió:
-       Sí, en una ocasión me trajo una rosa muy hermosa y me dijo: “toma, llévasela a la Virgen”. Y eso fue lo que hice yo.

El párroco concluyó:
-       Pues esa rosa, acabo de ver, ha propiciado que, en el último momento de su vida, haya hecho un acto de contrición que le ha abierto las puertas del cielo.


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