martes, 29 de diciembre de 2009

LA VIRGEN DE LA VENIDA ECHA DE MENOS A ALGUIEN


Una de las imágenes más típicas de las fiestas de la Venida es contemplar a la Virgen de la Asunción en su trono, saliendo en procesión, rodeada de niños. Esos infantes representan la inocencia y la limpieza interior del ser humano. Están alrededor de la Virgen soportando el frío del ambiente y la incomodidad del trono. Con las manos juntas, como si estuvieran sosteniendo una continua oración, y mirando a la imagen, o a la gente, intentando descubrir cerca al padre o a la madre, o al hermano o a la abuela…, y así sentirse más seguros.

Esa imagen tan tradicional para un ilicitano me ha hecho recordar que la Virgen de la Venida echa de menos a alguien en estas fiestas.

Echa en falta a tantas personas que tendrían que estar disfrutando de estos días pero que no están. Echa de menos a tantos jóvenes que podrían estar en el Tamarit acogiendo el arca con la Virgen, pero que no están. Echa de menos a tantos adolescentes que podrían alegrarse con la venida a caballo de Cantó a nuestra ciudad, pero que no están. Echa de menos a tantos niños que podrían estar corriendo por las calles, jugando en nuestros parques, envueltos en sus abrigos, alumbrando la procesión de la Virgen, pero que no están.

La Virgen de la Venida echa de menos a tantos ilicitanos ausentes a los que no se les ha permitido nacer y que ahora serían bebés llevados de paseo por sus padres por la Glorieta, o por las calles que rodean Santa María, o visitando a la Virgen que les espera en la Basílica. La Virgen echa de menos a tantas personas que empezaron a vivir, pero que han sido eliminadas por una selección de “calidad”: no respondían a los parámetros deseados, tendrían algún defecto o algún síndrome que los hiciera “diferentes”, o sencillamente porque eran un “problema”.

Y la Virgen no entiende nada. No entiende cómo los ilicitanos podemos llamarla Madre y eliminar –sin compasión- vidas de niños. No entiende cómo podemos emocionarnos ante su paso por nuestras calles y no sentir la ausencia de los que han sido destrozados como residuos humanos. No entiende cómo podemos cantarle cánticos que salen del corazón y olvidar fácilmente las nanas que no cantaremos nunca a niños a los que no se les ha permitido nacer.

Y la Virgen no entiende nada. No entiende cómo podemos disfrutar las fiestas que alegran nuestra vida y sepultar en la indiferencia nuestra sensibilidad por los más débiles. No entiende que se nos llene la boca de felicitaciones y parabienes y no hablemos con claridad en defensa de la vida.

La Virgen de la Venida echa de menos a tantos que deberían estar y no están. Pero Ella ha encontrado el remedio. Ella se ha rodeado de esos hermanos nuestros que ahora serían niños, adolescentes y jóvenes pero que nos les han permitido ver la luz del día. Ellos existen. Están en Dios. Están en la Casa del Padre. Y son los que realmente forman parte del cortejo de la Virgen de la Venida. Ellos rodean a María y le susurran al oído el nombre de sus padres, que están entre la gente, y ese susurro se convierte en una oración de intercesión: “Pídele a tu Hijo que los perdone porque no saben lo que han hecho”. Junto a la Virgen hay muchos hermanos nuestros que no vemos pero que están. Son inocentes cuya sangre derramada será Vida para todos nosotros.

La Virgen de la Venida ya no echa en falta a nadie. Ha convocado a su alrededor a todos los ilicitanos que han sido expulsados de este mundo impidiéndoles nacer, y ahora están cantándole en el coro de los ángeles.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

EL SIGNIFICADO DE LA NAVIDAD


Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan potente que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso, a fin de que podamos amarlo.

Dios es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, nos sea comunicada y continúe actuando a través de nosotros.

Ha elegido como signo suyo al Niño en el pesebre: Él es así. De este modo aprendemos a conocerlo. Y sobre todo niño resplandece algún destello de aquel hoy, de la cercanía de Dios que debemos amar y a la cual hemos de someternos; sobre todo niño, también sobre el que aún no ha nacido.

En aquel Niño acostado en el pesebre, Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da como don a sí mismo y que se priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor.

Cumple tu promesa, Señor. Haz que donde hay discordia nazca la paz; que surja el amor donde reina el odio; que se haga luz donde dominan las tinieblas. Haz que seamos portadores de tu paz.


(Benedicto XVI)

lunes, 21 de diciembre de 2009

JUAN PABLO II Y PÍO XII “VENERABLES”

Jesús Colina. ZENIT.org.21.12.2009

Benedicto XVI autorizó este sábado la publicación de los decretos que reconocen las virtudes heroicas de los Papas Juan Pablo II y Pío XII, que de este modo pasan a ser reconocidos como "venerables" por la Iglesia.

Se trata del primer paso importante del proceso romano para la causa de beatificación de los dos pontífices. Para que puedan ser elevados a la gloria de los altares se necesitará el reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión tras su muerte por una comisión científica, una comisión teológica, una comisión de cardenales y obispos y, por último, por el mismo Papa.

Para ser declarados santos se requerirá el reconocimiento de otro milagro atribuido a su intercesión. Pío XII (Eugenio Pacelli), nacido en Roma en 1876, fue obispo de Roma entre 1939 y 1958, año en que falleció en Castel Gandolfo, la residencia de los papas cercana a la Ciudad Eterna. Guió el timón de la barca de Pedro en las difíciles tormentas de la segunda guerra mundial, desplegando una importante obra de ayuda a los perseguidos, incluidos los judíos.


Por su parte Juan Pablo II (Karol Wojtyla), nacido en1920 en Wadowice (Polonia), fue elegido Papa en octubre de 1978 y falleció el 2 de abril de 2005 acompañado por cientos de miles de personas congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano. Los historiadores del siglo XX le atribuyen un papel decisivo en la caída del comunismo y los historiadores de la Iglesia ven en su pontificado un impulso decisivo a la aplicación del Concilio Vaticano II.

Los decretos fueron autorizados por Benedicto XVI en la audiencia que concedió al arzobispo Angelo Amato, S.D.B., prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

Este proceso fue explicado por el mismo Papa Joseph Ratzinger al recibir en audiencia a los superiores, oficiales, y colaboradores de la Congregación para las Causas de los Santos con motivo del cuadragésimo aniversario de la institución de este organismo vaticano.

"Las principales etapas del reconocimiento de la santidad por parte de la Iglesia, es decir, la beatificación y la canonización, están unidas entre sí por un vínculo de gran coherencia. A éstas se les añade, como indispensable fase preparatoria, la declaración de la heroicidad de las virtudes o del martirio de un siervo de Dios y la verificación de algún don extraordinario, un milagro, que el Señor concede por intercesión del siervo fiel", explicó el Papa.

"¡Cuanta sabiduría pedagógica se manifiesta en este camino!", aseguró.

Hablando del reconocimiento de las virtudes heroicas, explicó que "en un primer momento, se invita al Pueblo de Dios a contemplar a estos hermanos que, tras un cuidadoso discernimiento, son propuestos como modelos de vida cristiana".

Refiriéndose a la beatificación, explicó que con ese paso "se exhorta a dirigirles un culto de veneración y de invocación circunscrito en el ámbito de las Iglesias locales o de órdenes religiosas".

Por último, añadió, con la canonización, el pueblo cristiano "es llamado a exultar con toda la comunidad de los creyentes por la certeza de que, gracias a la solemne proclamación pontificia, un hijo o una hija suyos han alcanzado la gloria de Dios, donde participa en la perenne intercesión de Cristo a favor de los hermanos".

En este proceso, aclaró el pontífice, "la Iglesia acoge con alegría y maravilla los milagros que Dios, en su infinita bondad, le ofrece gratuitamente para confirmar la predicación evangélica. Acoge, al mismo tiempo, el testimonio de los mártires como la forma más límpida e intensa de configuración con Cristo".

La Iglesia, afirmó, realiza estos procesos pues, "en el camino de reconocimiento de la santidad, emerge la riqueza espiritual y pastoral que involucra a toda la comunidad cristiana".

"Es decir —concluyó—, la transfiguración de las personas y de las realidades humanas a imagen de Cristo resucitado representa el objetivo último del plan de salvación divina".

domingo, 20 de diciembre de 2009

EL SIGNIFICADO CRISTIANO DEL ÁRBOL DE NAVIDAD


En el bosque, los árboles están cerca unos de los otros y cada uno de ellos contribuye a hacer del bosque un lugar sombrío, oscuro a veces. Y he aquí que, escogido de entre una multitud, el árbol majestuoso que ofrecéis hoy está iluminado y cubierto de decoraciones brillantes que son como tantos frutos maravillosos.

Dejando su ropa oscura por una explosión brillante, ha sido transfigurado, convirtiéndose en portador de una luz que no es la suya sino que da testimonio de la verdadera Luz que viene a este mundo.

El destino de este árbol es comparable al de los pastores: velando en las tinieblas de la noche, son iluminados por el mensaje de los ángeles.

La suerte de este árbol también es comparable a la nuestra, nosotros que estamos llamados a dar buenos frutos para manifestar que el mundo ha sido verdaderamente visitado y rescatado por el Señor.

Levantado desde el Nacimiento, este abeto manifiesta, a su manera, la presencia del gran misterio presente en el lugar sencillo y pobre de Belén.

(Benedicto XVI, Angelus 20.12.2009)

jueves, 17 de diciembre de 2009

FRAY LEOPOLDO DE ALPANDEIRE SERÁ BEATO EN SEPTIEMBRE DE 2010


Zenit.org. 15.12.2009

Fray Leopoldo de Alpandeire, el humilde limosnero de las tres avemarías, será beatificado en Granada el 12 de septiembre de 2010, informó este viernes el arzobispo de la diócesis andaluza, monseñor Javier Martínez en rueda de prensa.

El prelado indicó que “a los santos, la Iglesia los propone a la propia Iglesia y al mundo como modelos de vida, no como estrellas de cine para aplaudirlos”.
“Nos muestran un camino de fidelidad al Evangelio, y ese camino a veces lo muestran en sus escritos y otras veces de forma extraordinariamente simple en su vida, pero siempre para indicar que el camino de la vida es grande cuando está llena de amor y cuando se da”.

Fray Leopoldo, que antes de tomar el hábito capuchino se llamaba Francisco Tomás Márquez Sánchez, nació en la localidad malagueña de Alpandeire el 24 de junio de 1864.

Creció en una familia de cristianos labradores y pasó 35 años entre los trabajos del campo, la vida familiar y de piedad y la oración.

De pequeño, ya disfrutaba ayudando a los pobres. Repartía su merienda con otros pastorcillos más pobres que él, o daba sus zapatos a los necesitados, o entregaba el dinero ganado en la vendimia de Jerez a los pobres que encontraba por el camino de regreso a su pueblo. “Dios da para todos”, diría años más tarde.

Tras oír predicar a dos capuchinos en la localidad malagueña de Ronda, cercana a la suya, con motivo de las fiestas celebradas en 1894 para celebrar la beatificación del capuchino Diego José de Cádiz, el joven Francisco Tomás respondió a la llamada de convertirse en capuchino.

Comunicó su deseo a aquellos mismos predicadores, pero tuvo que esperar algunos años debido a ciertas negligencias y olvidos en los trámites de admisión.

El 16 de noviembre de 1899 tomó el hábito en el Convento de Sevilla. Su nuevo nombre, escogido por su maestro de novicios, no le gustó porque no era corriente entre los miembros de la orden, pero supuso una oportunidad para seguir a Cristo por el camino de la cruz.

El 16 de noviembre de 1900 hizo su primera profesión y a partir de entonces vivió cortas temporadas, como hortelano, en los conventos de Sevilla, Antequera y Granada.

El 23 de noviembre de 1903 emitió sus primeros votos perpetuos en Granada, y el 21 de febrero de 1914 se instaló definitivamente en en convento de Granada.

Primero trabajó en la huerta, y después como sacristán y limosnero, trabajos que le permitieron unir la dimensión contemplativa y la vida activa en el ir y venir por las calles con gran contacto con la gente.

Cada vez era más conocido por la gente, dado su trabajo de ir a encontrar y repartir lismosna a los pobres que mendicaban en el convento.

Con motivo de sus bodas de oro de vida religiosa, al saber que la efeméride había salido en la prensa, confesó a un compañero: “¡Qué jaqueca, hermano! Nos hacemos religiosos para servir a Dios en la oscuridad y, ya ve, nos sacan hasta en los papeles!”.

En las calles de Granada, con los niños se paraba para explicarles algo de catecismo, con los mayores, para hablar de sus preocupaciones.

Fray Leopoldo había encontrado una manera de derramar sobre todos la bondad divina: rezaba tres avemarías para enhebrar lo divino con lo humano y la gente se alejaba de él transformada con la tranquilidad de saber que Dios había tomado buena nota de sus preocupaciones.

Padeció algunas dolencias que él se esforzaba por ocultar y disimular, especialmente una hernia y grietas en los pies que sangraban abundantemente.

A los 89 años, sufrió una caída y regresó al convento para no salir más a la calle y dedicarse totalmente a Dios hasta su muerte, el 9 de febrero de 1956.

La noticia de su muerte conmovió a toda la ciudad de Granada. Un río humano acudió al convento de capuchinos, el pueblo y las autoridades, también los niños, que se decían unos a otros: “Está muerto pero no da miedo”.

Entre los milagros atribuidos a Fray Leopoldo se encuentra la curación de una enferma de lupus tras varias complicaciones que hicieron a los médicos temer por su vida.

domingo, 13 de diciembre de 2009

VIVIR LO QUE EL BELÉN SIGNIFICA


Hay que intentar vivir en la realidad del día a día lo que el pesebre representa, es decir el amor de Cristo, su humildad, su pobreza. Es lo que hizo san Francisco en Greccio: representó en vivo la escena de la Natividad, para poderla contemplar y adorar, pero sobre todo para saber poner en práctica mejor el mensaje del Hijo de Dios, que por amor a nosotros se despojó de todo y se hizo un niño pequeño.

La bendición de los “Bambinelli” -como se dice en Roma- nos recuerda que el pesebre es una escuela de vida, donde podemos aprender el secreto de la verdadera alegría. Ésta no consiste en tener muchas cosas, sino en sentirse amado por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros. Miremos el pesebre: la Virgen y san José no parecen una familia muy afortunada; han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades; sin embargo están llenos de profunda alegría, porque se aman, se ayudan, y sobre todo están seguros de en su historia está la obra Dios, Quien se ha hecho presente en el pequeño Jesús. ¿Y los pastores? ¿Qué motivo tienen para alegrarse? El Bebé no cambiará realmente su condición de pobreza y de marginación. Pero la fe les ayuda a reconocer en el “niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”, el “signo” del cumplimiento de las promesas de Dios para todos los hombres “en quienes él se complace” (Lc 2,12-14), ¡también para ellos!

En eso, queridos amigos, es en lo que consiste la verdadera alegría: es sentir que nuestra existencia personal y comunitaria es visitada y colmada por un gran misterio, el misterio del amor de Dios. Para alegrarnos, necesitamos no sólo cosas, sino amor y verdad: necesitamos a un Dios cercano, que calienta nuestro corazón, y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en la cabaña o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo. Oremos para que cada persona, como la Virgen María, pueda acoger como centro de su propia vida al Dios que se ha hecho Niño, fuente de la verdadera alegría.

(Benedicto XVI, Angelus 13.12.09)

sábado, 12 de diciembre de 2009

ANÉCDOTAS DEL CURA DE ARS (1)

El Cura de Ars había observado a un campesino que todas las tardes dejaba sus aperos en la puerta de la iglesia al volver del campo, entraba y se quedaba sentado en silencio durante largo rato.

Un día, el Cura de Ars se le acercó:

«Buen hombre, ¿qué hace aquí en silencio?».

A lo que el campesino, asombrado por la pregunta, le contestó:

«Estoy ante mi Señor. Él me mira y yo le miro a Él».

jueves, 10 de diciembre de 2009

UN SOCIALISTA QUE QUISO QUE SU HIJO CONOCIERA LA APORTACION DEL CRISTIANISMO A LA CULTURA OCCIDENTAL


CARTA DEL SOCIALISTA JEAN JAURÈS (1859-1914) A SU HIJO PUBLICADA EN «L’ HUMANITÉ» EN 1919

«Querido hijo, me pides un justificante que te exima de cursar la religión, un poco por tener la gloria de proceder de distinta manera que la mayor parte de los condiscípulos, y temo que también un poco para parecer digno hijo de un hombre que no tiene convicciones religiosas. Este justificante querido hijo no te lo envío ni te lo enviaré jamás.

No es porque desee que seas Clerical, a pesar de que no hay en esto ningún peligro ni lo hay tampoco en que profeses las creencias que te expondrá el profesor. Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, serás completamente libre; pero, tengo empeño decidido, en que tu instrucción y tu educación sean completas y no lo serán sin un estudio serio de la religión. Te parecerá extraño este lenguaje después de haber oído tan bellas declaraciones sobre esta cuestión hijo mío, declaraciones buenas para arrastrar a algunos pero que están en pugna con el más elemental buen sentido. ¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?.

Dejemos a un lado la política y las discusiones y veamos lo que se refiere a los conocimientos indispensables que debe tener un hombre de cierta posición. Estudias mitología para comprender historia y la civilización de los griegos y de los romanos, y ¿qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión, que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización?. En el arte, ¿qué serán para ti las obras maestras de la Edad Media y de los tiempos modernos, si no conoces el motivo que las ha inspirado y las ideas religiosas que ellas contienen?.

En las letras, ¿puedes dejar de conocer no sólo Bossuet, Fenelon, Lacordaire, De Maistre, Veuillot y tantos otros que se ocuparon exclusivamente en cuestiones religiosas, sino también a Corneille, Racine, Hugo, en una palabra a todos estos grandes maestros que debieron al cristianismo sus más bellas inspiraciones? Si se trata de derecho, de filosofía o de moral, ¿puedes ignorar la expresión más clara del Derecho Natural, la filosofía más extendida, la moral más sabia y más universal?. Éste es el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau.

Hasta en las ciencias naturales y matemáticas encontrarás la religion: Pascal y Newton eran cristianos fervientes; Ampere era piadoso; Pasteur probaba la existencia de Dios y decía haber recobrado por la ciencia la fe de un bretón; Flammarion se entrega a fantasías teológicas.

¿Querrás tú condenarte a saltar páginas en todas tus lecturas y en todos tus estudios? Hay que confesarIo: la religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización y es ponerse fuera del mundo intelectual y condenarse a una manifiesta inferioridad el no querer conocer una ciencia que han estudiado y que poseen en nuestros días tantas inteligencias preclaras. Ya que hablo de educación: para ser un joven bien educado ¿es preciso conocer y practicar las leyes de la Iglesia?.

Sólo te diré lo siguiente: nada hay que reprochar a los que las practican fielmente, y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. No fijándome sino en la cortesía, en el simple “savoir-vivre” hay que convenir en la necesidad de conocer las convicciones y los sentimientos de las personas religiosas. Si no estamos obligados a imitarlas, debemos, por lo menos, comprenderlas, para poder guardarles el respeto, las consideraciones y la tolerancia, que les son debidas. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable, sin nociones religiosas.

Querido hijo: convéncete de lo que te digo: muchos tienen interés en que los demás desconozcan la religión; pero todo el mundo desea conocerla. En cuanto a la libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería que rechazan de ordinario los hechos y el sentido común. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa; su conducta prueba que han conservado toda su libertad.

Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen facultad para serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder obrar en sentido contrario. Te sorprenderá esta carta, pero precisa, hijo mío, que un padre diga siempre la verdad a su hijo. Ningún compromiso podría excusarme de esa obligación.

Recibe, querido hijo, el abrazo de tu padre.”

martes, 8 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. EL MISTERIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Excmo. y Rvdmo. Dr. D. Rafael Palmero Ramos, Obispo de Orihuela-Alicante. LA VERDAD. 08.12.2009

Quizá sea bueno recordar las circunstancias que dieron pie al magno acontecimiento de la definición dogmática del misterio de la Concepción Inmaculada de María. Se encontraba el Papa Pío IX refugiado en Gaeta, para librarse de los revolucionarios que le perseguían con saña. Desde allí dirigió una carta a todos los Obispos de la ciudad y del orbe, pidiendo que, ellos y sus fieles, recurrieran a la Santísima Virgen, Refugio de pecadores y consuelo de los afligidos, para obtener la libertad y seguir trabajando en la solución de los problemas que preocupaban a la Santa Iglesia de Dios.

Y, ya en directo, el Papa aprovechó para rogar que manifestaran su opinión y la de sus fieles, acerca del misterio de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen. Está, pensaba el Papa, enraizada esta verdad en la entraña de la vida de la Iglesia, desde tiempos muy remotos.
Contestaron 543 Cardenales, Arzobispos y Obispos, afirmando que en sus Diócesis era creencia generalizada y vivida entre los católicos el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María. Manifestaban, a su vez, el deseo de que dicha verdad fuera declarada dogma de fe. Con ello, se daría gloria a la Trinidad, se contribuiría al fortalecimiento de la fe en el pueblo cristiano y se llenarían de gozo los creyentes. Con este sentir generalizado de la Iglesia, el Papa Pío IX decidió colocar en la frente de nuestra Madre, una perla preciosa que refulge en su corona tanto como las demás.

Tras los preparativos pertinentes, se señaló el 8 de diciembre de 1854 como fecha de la definición dogmática. Multitud de cristianos de todo el orbe acudieron a Roma, deseosos de participar en el acontecimiento, queriendo aclamar a la Madre de Dios en el momento que Pío IX pronunciara la fórmula ritual. La verdad revelada por Dios se encontraba contenida en el depósito de la fe, esto es en la Sagrada Escritura y en la Tradición. Inspirado por el Espíritu Santo, el Papa enseñaba esta verdad con su autoridad suprema, a todos los hijos de la Iglesia.
El Santo Padre apareció en la silla gestatoria, especie de trono portátil, al uso en aquel momento. Al entrar en la Basílica Vaticana, una explosión de entusiasmo le acompañó mientras llegaba por la nave central al altar papal. Después del Evangelio, cantado en griego y en latín, un Cardenal se acercó al trono pontificio y en nombre de todos los Obispos del orbe, pidió, por última vez y de forma oficial, que el Santo Padre, se dignara proceder a la proclamación del dogma inmaculista.

La Capilla Sixtina entonó el Veni Creator Spiritus, seguido por la multitud presente. Concluido el canto, con voz grave y solemne se leyó la bula Ineffabilis Deus, canto sublime de alabanza al misterio inmaculista. En él se hace un historial del contenido y su significado, de la creencia fundada en el depósito de la fe y compartida por el pueblo fiel cristiano desde los primeros tiempos de la Iglesia, y de la conveniencia de la definición dogmática para fomentar la devoción mariana. Redundará, se añadía, en gloria de la Santísima Trinidad. Han sido consultados, se recordaba, todos los Obispos del orbe católico.

Momento clave

La lectura de esta Bula pontificia que lleva por título Ineffabilis Deus fue el momento más emotivo. En ella se hace un historial minucioso, saturado de citas de la sagrada Escritura, y se resume la enseñanza de los Santos sobre el tema. Estas fueron las palabras textuales:
'Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos, que la doctrina que defiende que la bienaventurada Virgen María fue preservada y exenta de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio especial de Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, está revelada por Dios, y en consecuencia debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles. Y si alguno, lo que Dios no permita, presumiere admitir una creencia contraria a Nuestra definición, sepa que ha naufragado en la fe y está separado de la Iglesia'.

No es fácil expresar y actualizar el entusiasmo de los asistentes al acto, los aplausos, las lágrimas, el amor y la ternura brotaron de la multitud, al ver a la Virgen Madre coronada con esta diadema refulgente. Ni hay palabras para revivir con realismo los sentimientos que latían en el corazón de los asistentes.

Aquel 8 de diciembre de 1854 quedó grabado para siempre con letras de oro en los anales de la santa Iglesia. En él se hizo justicia a la Madre de Dios, que también es Madre nuestra, declarando, a la luz del mediodía, uno de los dogmas más consoladores de nuestra fe.

“VIRGEN CON EL NIÑO”, LA OBRA MAS MISTERIOSA DE MIGUEL ANGEL, SE EXHIBE EN ROMA


EFE ABC, 07.12.2009

Roma exhibe desde hoy una de las obras más misteriosas del pintor, escultor y arquitecto renacentista Miguel Ángel Buonarroti, la "Virgen con el Niño", que se conserva en el museo de la casa natal del artista en Florencia.

La obra, un boceto a lápiz de 54 por 39 centímetros, se exhibirá en los Museos Capitolinos hasta el 10 de enero, en lo que las autoridades del Ayuntamiento de la capital italiana han definido como un "homenaje a Roma" con motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción y de la Navidad.

La directora de la Fundación Casa Buonarroti, Pina Ragionieri, explicó que se trata de una pieza "misteriosa" porque, aunque comúnmente se la considera un boceto, no se sabe a ciencia cierta para qué obra lo fue o si abandonó el proyecto sin terminar.

De hecho, casi lo único que se conoce de la "Virgen con el Niño" es que salió de la mano del genial pintor florentino y que ha permanecido como propiedad de la familia Buonarroti hasta hoy, aunque en el siglo XIX se realizaron sobre ella agresivas intervenciones.

Para que encajara en un marco, alguien cortó el margen superior del dibujo, en el que se cree que se encontraba el velo de la Virgen María. También se sabe, gracias a una reciente restauración, que Miguel Ángel efectuó sobre los dos folios que componen la obra varios ensayos antes de decidirse por la definitiva composición, con la mirada de la Virgen que se dirige a la derecha del cuadro, huyendo del Niño, colocado a la izquierda.

Se desconoce el año en que fue compuesta esta misteriosa obra, aunque los investigadores la datan en torno al 1525

Rostro amoroso. Este rasgo, que expresa "una maternidad demasiado dolorosa para concluir la relación de amor con el hijo" es "muy propio" de Miguel Ángel, cuyas obras se distinguen de las de los demás artistas renacentistas por su "extraordinaria profundidad", en opinión de Ragionieri. Sin embargo, en el papel se encuentran pruebas que demuestran que el genio florentino probó una composición "rafaeliana", en la que la Virgen dirige el rostro amoroso hacia la figura del Niño.

Este dato, al igual que los distintos trazos que se distinguen en la cabeza del Niño, sirven para revelar la "meditación constante" del artista, que se planteaba en continuación "si la Virgen debe mirar al Niño, si no; si debe amamantarle o si no", dijo Ragionieri.

También se desconoce el año en que fue compuesta esta misteriosa obra, aunque los investigadores la datan en torno al 1525, cuando Miguel Ángel trabajaba para la familia Medici en la Sacristía Nueva de la iglesia de San Lorenzo, en Florencia. Por aquel momento, Miguel Ángel ya era un artista consagrado y había pintado su obra maestra, los frescos del techo de la
Capilla Sixtina, en Roma, que poco después completaría con el del Juicio Final, tras el altar.

Una de las obras cumbre del Renacimiento, que Miguel Ángel realizó en la misma ciudad en la que ahora pasará la Navidad una de sus pinturas consideradas menores, pero de tanta fuerza y con tal halo de misterio como sólo la mano de genio florentino pudo darle.

lunes, 7 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. MARIA Y LA RESURRECCIÓN DE CRISTO


Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, María es la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección. La espera que vive la Madre del Señor el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas.

Los evangelios refieren varias apariciones del Resucitado, pero no hablan del encuentro de Jesús con su madre. Este silencio no debe llevarnos a concluir que, después de su resurrección Cristo no se apareció a María; al contrario, nos invita a tratar de descubrir los motivos por los cuales los evangelistas no lo refieren.

Suponiendo que se trata de una «omisión», se podría atribuir al hecho de que todo lo que es necesario para nuestro conocimiento salvífico se encomendó a la palabra de «testigos escogidos por Dios» (Hch 10, 41), es decir, a los Apóstoles, los cuales «con gran poder» (Hch 4, 33) dieron testimonio de la resurrección del Señor Jesús. Antes que a ellos, el Resucitado se apareció a algunas mujeres fieles, por su función eclesial: «Id avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10).

Si los autores del Nuevo Testamento no hablan del encuentro de Jesús resucitado con su madre, tal vez se debe atribuir al hecho de que los que negaban la resurrección del Señor podrían haber considerado ese testimonio demasiado interesado y, por consiguiente, no digno de fe.

¿Cómo podría la Virgen, presente en la primera comunidad de los discípulos (cf. Hch 1, 14), haber sido excluida del número de los que se encontraron con su divino Hijo resucitado de entre los muertos?

Más aún, es legítimo pensar que verosímilmente Jesús resucitado se apareció a su madre en primer lugar. La ausencia de María del grupo de las mujeres que al alba se dirigieron al sepulcro (cf. Mc 16, 1; Mt 28, 1), ¿no podría constituir un indicio del hecho de que ella ya se había encontrado con Jesús? Esta deducción quedaría confirmada también por el dato de que las primeras testigos de la resurrección, por voluntad de Jesús, fueron las mujeres, las cuales permanecieron fieles al pie de la cruz y por tanto, más firmes en la fe.

En efecto, a una de ellas, María Magdalena, el Resucitado le encomienda el mensaje que debía transmitir a los Apóstoles (cf. Jn 20, 17-18). Tal vez, también este dato permite pensar que Jesús se apareció primero a su madre, pues ella fue la más fiel y en la prueba conservó íntegra su fe.

Por último, el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con su Hijo en el sufrimiento de la cruz, parecen postular su participación particularísima en el misterio de la Resurrección.

Un autor del siglo V, Sedulio, sostiene que Cristo se manifestó en el esplendor de la vida resucitada ante todo a su madre. En efecto, ella, que en la Anunciación fue el camino de su ingreso en el mundo, estaba llamada a difundir la maravillosa noticia de la resurrección para anunciar su gloriosa venida. Así inundada por la gloria del Resucitado ella anticipa el «resplandor» de la Iglesia (cf. Sedulio Carmen pascale, 5, 357-364: CSEL 10, 140 s).

Por ser imagen y modelo de la Iglesia, que espera al Resucitado y que en el grupo de los discípulos se encuentra con él durante las apariciones pascuales, parece razonable pensar que María mantuvo un contacto personal con su Hijo resucitado, para gozar también ella de la plenitud de la alegría pascual.

La Virgen santísima, presente en el Calvario durante el Viernes santo (cf. Jn 19, 25) y en el cenáculo en Pentecostés (cf. Hch 1, 14), fue probablemente testigo privilegiada también de la resurrección de Cristo, completando así su participación en todos los momentos esenciales del misterio pascual. María, al acoger a Cristo resucitado, es también signo y anticipación de la humanidad, que espera lograr su plena realización mediante la resurrección de los muertos.

(Juan Pablo II, 21.05.1997)

domingo, 6 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. MARIA JUNTO A LA CRUZ DEL SEÑOR

Después de recordar la presencia de María y de las demás mujeres al pie de la cruz del Señor, san Juan refiere: «Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dice al discípulo: "He ahí a tu madre"» (Jn 19,26-27).
Estas palabras, particularmente conmovedoras, constituyen una «escena de revelación»: revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y entrañan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. En efecto, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.

Esas palabras, interpretadas a veces únicamente como manifestación de la piedad filial de Jesús hacia su madre, encomendada para el futuro al discípulo predilecto, van mucho más allá de la necesidad contingente de resolver un problema familiar. En efecto, la consideración atenta del texto, confirmada por la interpretación de muchos Padres y por el común sentir eclesial, con esa doble entrega de Jesús, nos sitúa ante uno de los hechos más importantes para comprender el papel de la Virgen en la economía de la salvación.

Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención no es confiar su madre a Juan, sino entregar el discípulo a María, asignándole una nueva misión materna. Además, el apelativo «mujer», que Jesús usa también en las bodas de Caná para llevar a María a una nueva dimensión de su misión de Madre, muestra que las palabras del Salvador no son fruto de un simple sentimiento de afecto filial, sino que quieren situarse en un plano más elevado.

La muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimiento en María, no cambia de por sí sus condiciones habituales de vida. En efecto, al salir de Nazaret para comenzar su vida pública, Jesús ya había dejado sola a su madre. Además, la presencia al pie de la cruz de su pariente María de Cleofás permite suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones con su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber encontrado acogida después de la muerte de su Hijo.

Las palabras de Jesús, por el contrario, asumen su significado más auténtico en el marco de la misión salvífica. Pronunciadas en el momento del sacrificio redentor, esa circunstancia les confiere su valor más alto. En efecto, el evangelista, después de las expresiones de Jesús a su madre, añade un inciso significativo: «Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido» (Jn 19,28), como si quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar su madre a Juan y, en él, a todos los hombres, de los que ella se convierte en Madre en la obra de la salvación.

La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una madre, la suya, que así se convierte también en madre nuestra.


Es preciso recordar que, según la tradición, de hecho, la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio, como signo de una generación espiritual referida a la humanidad entera.
La maternidad universal de María, la «Mujer» de las bodas de Caná y del Calvario, recuerda a Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3,20). Sin embargo, mientras ésta había contribuido al ingreso del pecado en el mundo, la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento salvífico de la Redención. Así, en la Virgen, la figura de la «mujer» queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.

Con miras a esa misión, a la Madre se le pide el sacrificio, para ella muy doloroso, de aceptar la muerte de su Unigénito. Las palabras de Jesús: «Mujer, he ahí a tu hijo», permiten a María intuir la nueva relación materna que prolongaría y ampliaría la anterior. Su «sí» a ese proyecto constituye, por consiguiente, una aceptación del sacrificio de Cristo, que ella generosamente acoge, adhiriéndose a la voluntad divina. Aunque en el designio de Dios la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión universal.

Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina.

Jesús en la cruz no proclamó formalmente la maternidad universal de María, pero instauró una relación materna concreta entre ella y el discípulo predilecto. En esta opción del Señor se puede descubrir la preocupación de que esa maternidad no sea interpretada en sentido vago, sino que indique la intensa y personal relación de María con cada uno de los cristianos.

Ojalá que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de María, reconozca plenamente en ella a su madre, encomendándose con confianza a su amor materno.

(Juan Pablo II, 23.04.1997)

EL JARDINERO DE DIOS


Presentada en Roma una producción que presenta la relación entre fe y ciencia

Carmen Elena Villa. 04.12.2009. Zenit.org.

Los experimentos de un sencillo sacerdote agustino realizados en medio de la quietud del monasterio de Brunn, en Moravia, se convirtieron en un hito que revolucionó la ciencia: el descubrimiento de la genética moderna.

La película "The Gardener of God" ("El jardinero de Dios"), sobre la vida y experimentos del padre Gregor Mendel (1822-1884), fue presentada este 3 de diciembre en la universidad Ateneo Regina Apostolorum de Roma.

En la producción de Condor Pictures, dirigida y escrita por Liana Marabini, Mendel es interpretado por Christopher Lambert, el famoso actor de origen francés, mientras que en el reparto destacan las actrices Maria Pia Ruspoli y Anja Kruse.

De cruce de plantas a genética moderna
"¿Qué estas haciendo?" Le preguntaban algunos de sus hermanos agustinos cuando veían al padre Mendel dedicarse horas y horas a la huerta. "El futuro de la humanidad", respondía, según muestra la película, aunque las leyes de la genética que él estableció sólo fueron reconocidas 16 años después de su muerte.

A Mendel le causaban curiosidad sobre todo las leyes de la herencia. Comenzó experimentando con plantas de guisantes, cruzando las que producían semillas amarillas con las de semillas verdes y las que tenían hojas lisas con las más rugosas. Así experimentó el cruce de varias generaciones de plantas.

En sus resultados encontró caracteres como los dominantes que se caracteriza por determinar el efecto de un gen y los recesivos por no tener efecto genético. Era el inicio de la genética moderna.

Son los paisajes de Piemonte (Italia) y Salzburgo (Austria), los que recrean la historia de este inteligente y creativo sacerdote agustino.

Christopher Lambert, en diálogo con ZENIT contó su experiencia de interpretar a este genio de la ciencia: "Estudié mucho sobre Mendel antes de realizar este papel. Admiro su fe y su convicción. El jardín era su pasión y así ha hecho uno de los descubrimientos más grandes de la ciencia".

Si Mendel viviera...
Sin embargo, "Mendel entendió que era peligroso su descubrimiento", anota el actor.

"Espero que este descubrimiento no sea nunca aplicado para seleccionar al ser humano", dijo con gran preocupación el sacerdote a uno de sus hermanos en el monasterio, según muestra la película.

Pero ¿qué diría hoy Mendel sobre la manipulación genética? Según la directora de esta producción, "lo que ocurre con la genética seguro que Mendel lo condenaría. Se hacen cosas que son aberrantes. La Iglesia es coherente con su enseñanza".

Liana Marabini, asegura que su admiración por el padre Mendel le llevó a escribir y a dirigir esta producción: "Me interesó su doble misión de sacerdote y científico. Los científicos que creen en Dios han cambiado la historia del mundo y Mendel pertenecía a esta categoría".

La directora cuenta que para escribir el guión y dirigir la película se basó en diversos documentos del monasterio de Brunn, y en colecciones privadas donde hay cartas del monje. La preparación del rodaje duró un año y el costo total es de seis millones de euros.

Otros personajes que entran en su vida y que aparecen en la película fueron la condesa Von Bauman, interpretada por Anja Kurse, celebre artista de la televisión austro-alemana, quien busca seducir inútilmente al padre Mendel.

También interviene su amiga, la princesa Von Limburg, interpretada por Maria Pia Ruspoli quien lo apoya en sus momentos más difíciles, donde muchos científicos lo rechazan.

Igualmente la película muestra un encuentro entre Mendel y el papa Pío IX, quien lo alienta y le explica cómo, por medio de la ciencia, el hombre puede conocer para elevar la obra de Dios.

Esta producción busca acentuar la vocación sacerdotal del padre Mendel, en particular su lazo con Jesús y su amor a la Iglesia, así como a sus cualidades pastorales.

En el lanzamiento de "El Jardinero de Dios" estuvieron presentes, entre otros, el arzobispo Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura, así como la directora y los actores principales de la película.

Monseñor Ravasi, en diálogo con ZENIT calificó la producción como "didáctica", pues "hace ver un tema delicado como el diálogo entre la fe y la ciencia".

La directora y los actores subrayaron en el encuentro con la prensa su pasión por presentar la figura de este sacerdote y científico, que desde muy joven estaba convencido de que las fuerzas de la naturaleza actúan según una armonía secreta, que debe ser descubierta con intuición, paciencia e inteligencia, para el bien del ser humano y la gloria de Dios.

sábado, 5 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. MARÍA EN LAS BODAS DE CANÁ


En el pasaje del Evangelio de las bodas de Caná, María pide a su Hijo un favor para unos amigos en necesidad. A primera vista, esto podría aparecer como una conversación enteramente humana entre una Madre y su Hijo y sería, efectivamente, un diálogo rico en humanidad. María no se dirige a Jesús como si fuera un mero hombre con cuya habilidad y utilidad ella puede contar. Ella confía una necesidad humana a su poder –a un poder que es más que capacidad y habilidad humana. En este diálogo con Jesús, la vemos realmente como una Madre que pide, una que intercede.

Como escuchamos en el pasaje del Evangelio, vale la pena ir un poco más profundo, no solo para entender mejor a Jesús y María, sino también para aprender de María la manera correcta de rezar.

María realmente no pide algo de Jesús: ella simplemente le dice: «Ellos no tienen vino» (Juan 2, 3). Las bodas en Tierra Santa eran celebradas durante una semana entera; todo el pueblo participaba y, por consiguiente, se consumía mucho vino. La pareja de novios se encontraron en problemas, y María simplemente le dijo esto a Jesús. Ella no le dice aquello que tiene que hacer. Ella no le pide nada en particular, y ciertamente no le pide realizar un milagro para hacer vino. Ella simplemente le hace saber el asunto a Jesús y lo deja decidir aquello a hacer. En las directas palabras de la Madre de Jesús, por lo tanto, podemos apreciar dos cosas: por un lado su cariñosa preocupación por la gente, ese cariño maternal que la hace estar atenta a los problemas de los otros. Vemos su cordial bondad y su voluntad de ayuda. Su maternal disposición para la ayuda, en la cual nosotros confiamos, aparece aquí por primera vez en las Sagradas Escrituras.

Pero además de este primer aspecto, con el que estamos todos familiarizados, hay otro, que podríamos ver fácilmente: María deja todo al juicio de Dios. En Nazaret, ella entregó su voluntad, sumergiéndola en la de Dios: «He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1, 38). Y esta continúa siendo su actitud fundamental. Así es como ella nos enseña a rezar: no para buscar afirmar nuestra propia voluntad y nuestros propios deseos ante Dios, sino para permitirle que decida aquello que Él quiera hacer. De María nosotros aprendemos el gusto y disposición para ayudar, pero también aprendemos la humildad y generosidad para aceptar la voluntad de Dios, en la confiada convicción de que lo que sea que él diga como respuesta será lo mejor para nosotros.


Si todo esto nos ayuda a entender la actitud de María y sus palabras, todavía encontramos difícil entender la respuesta de Jesús. En primer lugar, no nos gusta la manera como él se dirige a ella: «Mujer». ¿Por qué no le dice «Madre»? Sin embargo, este título expresa realmente el lugar de María en la historia de la salvación. Señala al futuro, a la hora de la crucifixión, cuando Jesús le dirá: «Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre» (Cf. Juan 19, 26-27). Ello anticipa la hora cuando él hará de la mujer, su Madre, la Madre de todos los discípulos. Por otro lado, el título «mujer», recuerda el relato de la creación de Eva: Adán rodeado por la creación en toda su magnificencia, experimenta como ser humano la soledad. Así Eva es creada, y en ella Adán encuentra la compañía que buscaba; y le da el nombre de «mujer». En el Evangelio de Juan, así, María representa la nueva, la definitiva mujer, la compañía del Redentor, nuestra Madre: el nombre, que parecía muy falto de afecto, realmente expresa la grandeza de la misión de María.


Menos aún nos gusta la otra parte de la respuesta de Jesús a María en Caná: «Mujer, ¿que tengo que ver yo contigo? Aún no ha llegado mi hora» (Juan 2, 4). Nosotros queremos objetar: ¡tú tienes que hacer mucho con ella! Fue María quien te dio la carne y la sangre, quien te dio su cuerpo, y no solo su cuerpo: con su «sí» que pronunció desde las profundidades de su corazón ella te engendró en su vientre y con su amor maternal te dio la vida y te presentó a la comunidad del pueblo de Israel. Si esta es nuestra respuesta a Jesús, ya vamos por buen camino para entender la respuesta de Jesús. Porque todo esto debería hacernos recordar que en las Sagradas Escrituras encontramos un paralelismo entre el diálogo de María con el Arcángel Gabriel, en el que dice: «Hágase en mí según tu palabra» (Lucas 1,38). Este paralelismo se encuentra en la Carta a los Hebreos que, con palabras traídas del Salmo 40 nos narra el diálogo entre Padre e Hijo –aquel diálogo en el que da inicio la encarnación. El eterno Hijo dice al Padre: «Tú no quieres sacrificios ni ofrecimientos, en cambio me has preparado un cuerpo… Yo vengo… para hacer, Dios, tu voluntad». El «sí» del Hijo: «Vengo para hacer tu voluntad», y el «sí» de María: «Hágase en mí según tu palabra» –este doble «sí» se convierte en un único «sí», y de esta manera el Verbo se hace carne en María. En este doble «sí» la obediencia del Hijo se hace cuerpo, María le dona el cuerpo.

«¿Qué tengo yo contigo, mujer?». Aquello que en lo profundo tienen que hacer el uno con la otra, es este doble «sí», en cuya coincidencia se ha realizado la encarnación. Es en este punto de su profundísima unidad que el Señor mira con su palabra. Ahí, en este común «sí» a la voluntad del Padre, se encuentra la solución. Debemos encaminarnos también nosotros hacia este punto; ahí encontraremos la respuesta a nuestras preguntas.


Partiendo desde ahí comprendemos también la segunda frase de la respuesta de Jesús: «Aún no ha llegado mi hora». Jesús no actúa jamás solamente por sí; jamás por gustar a los otros. Él actúa siempre partiendo del Padre, y es justamente esto que lo une a María, porque ahí, en esta unidad de voluntad con el Padre, ha querido depositar también ella su pedido. Por esto, después de la respuesta de Jesús, que parece rechazar el pedido, ella sorprendentemente puede decir a los siervos con simplicidad: «Haced lo que Él os diga». Jesús no hace un prodigio, no juega con su poder en un acontecimiento del todo privado. Él pone en acción un signo, con el cual anuncia su hora, la hora de las bodas, de la unión entre Dios y el hombre. Él no «produce» simplemente vino, sino que transforma las bodas humanas en una imagen de las bodas divinas, a las cuales el Padre invita mediante el Hijo y en las cuales Él dona la plenitud del bien.

Las bodas se convierten en imagen de la Cruz, sobre la cual Dios lleva su amor hasta el extremo, dándose a sí mismo en el Hijo en carne y sangre- en el Hijo que ha instituido el Sacramento, en el cual se dona a nosotros por todos los tiempos. Así la necesidad es resuelta en modo verdaderamente divino y la pregunta inicial largamente sobrepasada. La hora de Jesús no ha llegado aún, pero en el signo de la transformación del agua en vino, en el signo del don festivo, anticipa su hora ya en este momento. ¡Santa Madre de Dios, ora por nosotros, como en Cana has orado por los esposos! ¡Guíanos siempre hacia Jesús! ¡Amén!

(Benedicto XVI, 11.09.2006)

viernes, 4 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. MARIA EN LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO EN EL TEMPLO


La fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, cuarenta días después de Su Nacimiento, pone ante nuestros ojos un momento particular de la vida de la Sagrada Familia: según la ley mosaica, María y José llevan al Niño Jesús al Templo de Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2, 22). Simeón y Ana, inspirados por Dios, reconocen en aquel Niño al Mesías tan esperado y profetizan sobre Él. Estamos ante un misterio, sencillo y a la vez solemne, en el que la Santa Iglesia celebra a Cristo, el Consagrado del Padre, Primogénito de la nueva humanidad.

La sugestiva procesión con los cirios al inicio de nuestra celebración nos ha hecho revivir la majestuosa entrada, cantada en el salmo responsorial, de Aquel que es "El Rey de la gloria", "El Señor, fuerte en la guerra" (Sal 23, 7. 8). Pero, ¿quién es ese Dios fuerte que entra en el Templo? Es un niño; es el Niño Jesús, en los brazos de su Madre, la Virgen María. La Sagrada Familia cumple lo que prescribía la Ley: la purificación de la madre, la ofrenda del primogénito a Dios y su rescate mediante un sacrificio. En la primera lectura, la liturgia habla del oráculo del profeta Malaquías: "De pronto entrará en el santuario el Señor" (Ml 3, 1). Estas palabras comunican toda la intensidad del deseo que animó la espera del pueblo judío a lo largo de los siglos. Por fin entra en su casa "El Mensajero de la Alianza" y se somete a la Ley: va a Jerusalén para entrar, en actitud de obediencia, en la Casa de Dios.

La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido, es Su Madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo: una ofrenda incondicional que la implica personalmente: María es Madre de Aquel que es "gloria de su pueblo Israel" y "Luz para alumbrar a las naciones", pero también "signo de contradicción" (cf. Lc 2, 32. 34). Y a Ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la Muerte y Resurrección de Su Hijo. Al llevar a Su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como Luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor.

(Benedicto XVI, 02.02.2006)

jueves, 3 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. MARIA EN EL NACIMIENTO DE JESÚS


En la narración del nacimiento de Jesús, el evangelista Lucas refiere algunos datos que ayudan a comprender mejor el significado de ese acontecimiento. Ante todo, recuerda el censo ordenado por César Augusto, que obliga a José, «de la casa y familia de David», y a María, su esposa, a dirigirse «a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc 2, 4).

Al informarnos acerca de las circunstancias en que se realizan el viaje y el parto, el evangelista nos presenta una situación de austeridad y de pobreza, que permite vislumbrar algunas características fundamentales del reino mesiánico: un reino sin honores ni poderes terrenos, que pertenece a Aquel que, en su vida pública, dirá de sí mismo: «El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9, 58).

El relato de san Lucas presenta algunas anotaciones, aparentemente poco importantes, con el fin de estimular al lector a una mayor comprensión del misterio de la Navidad y de los sentimientos de la Virgen al engendrar al Hijo de Dios. La descripción del acontecimiento del parto, narrado de forma sencilla, presenta a María participando intensamente en lo que se realiza en ella: «Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). La acción de la Virgen es el resultado de su plena disponibilidad a cooperar en el plan de Dios, manifestada ya en la Anunciación con su «Hágase en mí según tu voluntad» (Lc 1, 38).

El evangelio explica que «no había sitio pare ellos en el alojamiento» (Lc 2, 7). Se trata de una afirmación que, recordando el texto del prólogo de san Juan: «Los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11), casi anticipa los numerosos rechazos que Jesús sufrirá en su vida terrena. La expresión «para ellos» indica un rechazo tanto para el Hijo como para su Madre y muestra que María ya estaba asociada al destino de sufrimiento de su Hijo y era partícipe de su misión redentora.

Jesús, rechazado por los «suyos», es acogido por los pastores, hombres rudos y no muy bien considerados, pero elegidos por Dios para ser los primeros destinatarios de la buena nueva del nacimiento del Salvador. El mensaje que el ángel les dirige es una invitación a la alegría: «Os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo» (Lc 2 10), acompañada por una exhortación a vencer todo miedo: «No temáis».

En efecto, la noticia del nacimiento de Jesús representa para ellos, como para María en el momento de la Anunciación, el gran signo de la benevolencia divina hacia los hombres. En el divino Redentor, contemplado en la pobreza de la cueva de Belén, se puede descubrir una invitación a acercarse con confianza a Aquel que es la esperanza de la humanidad. El cántico de los ángeles: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace», que se puede traducir también por «los hombres de la benevolencia» (Lc 2, 14), revela a los pastores lo que María había expresado en su Magníficat el nacimiento de Jesús es el signo del amor misericordioso de Dios, que se manifiesta especialmente hacia los humildes y los pobres.

A la invitación del ángel los pastores responden con entusiasmo y prontitud: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (Lc 2, 15).

Su búsqueda tiene éxito: «Encontraron a María y a José, y al niño» (Lc 2, 16). Como nos recuerda el Concilio, «la Madre de Dios muestra con alegría a los pastores (...) a su Hijo primogénito» (Lumen gentium, 57). Es el acontecimiento decisivo para su vida. El deseo espontaneo de los pastores de referir «lo que les habían dicho acerca de aquel niño» (Lc 2, 17), después de la admirable experiencia del encuentro con la Madre y su Hijo, sugiere a los evangelizadores de todos los tiempos la importancia, más aún, la necesidad de una profunda relación espiritual con María, que permita conocer mejor a Jesús y convertirse en heraldos jubilosos de su Evangelio de salvación.

Frente a estos acontecimientos extraordinarios, san Lucas nos dice que María «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19). Mientras los pastores pasan del miedo a la admiración y a la alabanza, la Virgen, gracias a su fe, mantiene vivo el recuerdo de los acontecimientos relativos a su Hijo y los profundiza con el método de la meditación en su corazón, o sea, en el núcleo más íntimo de su persona. De ese modo, ella sugiere a otra madre, la Iglesia, que privilegie el don y el compromiso de la contemplación y de la reflexión teológica, para poder acoger el misterio de la salvación, comprenderlo más y anunciarlo con mayor impulso a los hombres de todos los tiempos.

(Juan Pablo II, 20.11.1996)

miércoles, 2 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. EL MAGNIFICAT DE MARIA


Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
--como lo había prometido a nuestros padres--
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre

El Magnificat es un canto que revela la espiritualidad de los "anawim" bíblicos, es decir, de aquellos fieles que se reconocían "pobres" no sólo por el desapego a toda idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la humildad profunda del corazón, desnudo de la tentación del orgullo, abierto a la gracia divina salvadora. Todo el "Magnificat" se caracteriza por esta "humildad", en griego "tapeinosis", que indica una situación de concreta humildad y pobreza.


El primer movimiento del cántico mariano (Cf. Lucas 1, 46-50) es como una especie de solista que eleva su voz al cielo hasta llegar al Señor. Cabe destacar, de hecho, cómo resuena constantemente la utilización de la primera persona: "mi alma…, mi espíritu…, mi Salvador…, me felicitarán…, ha hecho obras grandes por mí…". El alma de la oración es, por tanto, la celebración de la gracia divina que ha entrado en el corazón y en la existencia de María, haciendo de ella la Madre del Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen hablando así de su Salvador, que ha hecho cosas grandes en su alma y en su cuerpo.


La íntima estructura de su canto de oración es la alabanza, la acción de gracias, la alegría agradecida. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, meramente individualista, pues la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que cumplir por la humanidad y de que su vida se enmarca en la historia de la salvación. De este modo, puede decir: "su misericordia llega a sus fieles de generación en generación" (versículo 50). Con esta alabanza al Señor, la virgen da voz a todas las criaturas redimidas tras su "Fiat", que en la figura de Jesús, nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios.


En este momento se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual del "Magnificat" (Cf. versículos 51-55). Tiene un tono de coro, como si a la voz de María se le asociara la de toda la comunidad de los fieles, que celebran las sorprendentes decisiones de Dios. En el original griego del Evangelio de Lucas nos encontramos con siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que realiza el Señor de manera permanente en la historia: "hace proezas…, dispersa a los soberbios…, derriba del trono a los poderosos…, enaltece a los humildes…, a los hambrientos los colma de bienes…, a los ricos los despide…, auxilia a Israel".


En estas siete obras divinas queda patente el "estilo" en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento: se pone de parte de los últimos. Con frecuencia, su proyecto queda escondido bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan "los soberbios", "los poderosos" y "los ricos". Sin embargo, al final, su fuerza secreta está destinada a manifestarse para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: los "fieles" a su Palabra, "los humildes", "los hambrientos", "Israel, su siervo", es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está constituida por quienes son "pobres", puros y sencillos de corazón. Es ese "pequeño rebaño" al que Jesús invita a no tener miedo, pues el Padre ha querido darle su reino (Cf. Lucas 12, 32). De este modo, este canto nos invita a asociarnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del Pueblo de Dios en la pureza y en la sencillez del corazón, en el amor de Dios.


Acojamos, pues, la invitación que en su comentario al "Magnificat" nos dirige San Ambrosio. El gran Doctor de la Iglesia exhorta: "Que en cada quien el alma de María ensalce al Señor, que en cada quien el espíritu de María exulte al Señor; si, según la carne, Cristo tiene una sola madre, según la fe todas las almas engendran a Cristo; cada una, de hecho, acoge en sí al Verbo de Dios… El alma de María ensalza al Señor y su espíritu exulta en Dios, pues, consagrada con el alma y con el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo procede, y a un solo Señor, en virtud de quien todas las cosas existen" ("Comentario al Evangelio según San Lucas" --"Esposizione del Vangelo secondo Luca"--, 2,26-27: SAEMO, XI, Milano-Roma 1978, p. 169).


En este maravilloso comentario del "Magnificat" de San Ambrosio siempre me impresiona esta palabra sorprendente: "Si, según la carne, Cristo tiene una sola madre, según la fe todas las almas engendran a Cristo; cada una, de hecho, acoge en sí al Verbo de Dios". De este modo, el santo doctor, interpretando las palabras de la misma Virgen, nos invita a ofrecer al Señor una morada en nuestra alma y nuestra vida. No sólo tenemos que llevarle en el corazón, sino que tenemos que llevarle al mundo, para que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos. Pidamos al Señor que nos ayude a ensalzarlo con el espíritu y el alma de María y a llevar de nuevo a Cristo a nuestro mundo".

(Benedicto XVI, 15.02.2006)

martes, 1 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. LA VISITACIÓN DE MARÍA A ISABEL


En la fiesta de la Visitación, la liturgia nos hace volver a escuchar el pasaje del Evangelio de Lucas, que narra el viaje de María de Nazaret a casa de la anciana prima, Isabel. Imaginemos el estado de ánimo de la Virgen tras la Anunciación, cuando el ángel la dejó. María se encontró con un gran misterio encerrado en el seno; sabía que había sucedido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo. Pero, a su alrededor, todo había quedado como antes y la aldea de Nazaret no sabía nada de lo que le había sucedido.

Sin embargo, antes de preocuparse por sí misma, María piensa en la anciana Isabel, al saber que su embarazo está en un estado avanzado y, movida por el misterio de amor que acaba de acoger en su interior, se pone en camino "rápidamente" para ir a ofrecerle ayuda. ¡Esta es la grandeza sencilla y sublime de María! Cuando llega a la casa de Isabel, ocurre algo que ningún pintor podrá plasmar nunca en toda su belleza y profundidad. La luz interior del Espíritu Santo envuelve sus personas. E Isabel, iluminada desde lo Alto, exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lucas 1, 42-45).

Estas palabras podrían parecer desproporcionadas respecto al contexto real. Isabel es una de las muchas ancianas de Israel y María una muchacha desconocida de una aldea perdida de Galilea. ¿Qué pueden ser y que pueden hacer en un mundo en el que cuentan otras personas y otros poderes? Sin embargo, María nos sorprende una vez más; su corazón es limpio, totalmente abierto a la luz de Dios; su alma no tiene pecado, no carga con el peso del orgullo o el egoísmo. Las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación "teológica" de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. "Engrandece mi alma al Señor". María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que libera del miedo, a pesar de las tempestades de la historia.

Más allá de la superficie, María "ve" con los ojos de la fe la obra de Dios en la historia. Por este motivo es bienaventurada, pues ha creído: por la fe, de hecho, ha acogido la Palabra del Señor y ha concebido al Verbo encarnado. Su fe le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba. Su Magnificat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la historia, mientras las interpretaciones de muchos de los sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos.

Queridos hermanos y hermanas: volvamos a casa con el Magnificat en el corazón. Alberguemos en nuestro espíritu los mismos sentimientos de alabanza y acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su abandono dócil en las manos de la Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y de generosidad en el servicio a los hermanos. De hecho, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que nos alcance esta gracia la Virgen, quien nos invita en esta noche a encontrar refugio en su Corazón inmaculado".

(Benedicto XVI, 31.05.2008)