En el
XLSEMANAL de este domingo, 16 de noviembre, Carlos Manuel Sánchez ha publicado
un impactante reportaje sobre una realidad social muy dolorosa que tenemos
cerca, la pobreza infantil en España. El título de este sobrecogedor trabajo es
“El drama que no queremos ver”, y es el relato de cinco historias de niños
españoles, con nombres concretos. Son niños que están nadando dentro del mar de
la miseria; un mar que amenaza con hundir sus vidas para siempre. Cada día os iremos contando esas historias en
el blog. Hoy le toca a Hugo.
Cuando Hugo
abre el frigorífico, sabe lo que va a encontrar: yogures, leche, un cartón de huevos
y un blíster de embutido. Y pare usted de contar.
Eso con
suerte. Su madre, Paloma, trabajaba como dependienta en un comercio, pero la
despidieron con la crisis y ahora se dedica a la venta ambulante. “En los días
buenos gano 10 euros; en los malos, nada”, cuenta. Con esos 10 euros se tiene
que apañar para alimentar a Hugo, de 4 años, y a sus dos hijas mayores (Ana,
16; y Andrea, 11). Viven en una capital de provincia. El padre ni está, ni se
lo espera ni aporta nada.
“La dieta
básica de los niños es el menú escolar para los dos pequeños (ambos tienen
beca, costeada en parte por el colegio) y el del comedor social para la mayor”.
Al comedor social van juntas, madre e hija. A veces también acuden a por alguna
bolsa a Caritas. “En casa, todas las combinaciones son de pan, mortadela,
huevos y patatas”. Los profesores saben que, algunas mañanas, Hugo y Andrea
llegan a clase con el estómago vacío.
La madre
acumula recibos sin pagar: varios son de la hipoteca (150 euros) y otros de la
comunidad. Lo peor es la luz y el agua. En total acumula unos retrasos de más
de 2000 euros. “Lo primero es comer”, se justifica Paloma. Y la deuda sigue
aumentando… “hasta que corten los contadores y acabe en la calle con los niños
o en algún piso de acogida”. Paloma pidió ayuda a su Ayuntamiento. “La
respuesta que me dio la trabajadora social fue que había mucha gente como yo y
no se puede ayudar a todos”.
Hugo apenas
tiene edad para entender. Andrea es la que está más desconcertada. Pero Ana, la
mayor, parece haber asumido la responsabilidad. Ayuda a su madre en el puesto
ambulante. “Lo ideal sería que mi madre encontrase trabajo. Y que no se matase
tanto en buscarse la vida. Lo que peor llevo es que mi madre esté triste y
nerviosa por el dinero”. ¿El futuro?. “Me gustaría ser un montón de cosas, no
sé, pero no puedo concentrarme en estudiar con todo esto”, reconoce Ana.
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