Testimonio de un
joven soldado ruso, Aleksander
Zacepa, que cuando murió
en la II Guerra Mundial encontraron una preciosa oración en el bolsillo de su
chaqueta.
¡Escucha, oh Dios! En mi vida no he hablado ni una sola vez contigo,
pero
hoy me vienen ganas de hacer fiesta.
Desde
pequeño me han dicho siempre que Tú no existes...
Y
yo, como un idiota, lo he creído.
Nunca he contemplado tus obras,
pero
esta noche he visto desde el cráter de una granada el cielo lleno de estrellas
y
he quedado fascinado por su resplandor.
En
ese instante he comprendido qué terrible es el engaño...
No sé, oh Dios, si me darás tu mano,
pero
te digo que Tú me entiendes...
¿No
es algo raro que en medio de un espantoso infierno
se
me haya aparecido la luz y te haya descubierto?
No tengo nada más que decirte.
Me
siento feliz, pues te he conocido.
A
medianoche tenemos que atacar,
pero
no tengo miedo,
Tú
nos ves.
¡Han dado la señal!
Me
tengo que ir.
¡Qué
bien se estaba contigo!
Quiero
decirte, y Tú lo sabes, que la batalla será dura:
quizá
esta noche vaya a tocar a tu puerta.
Y
si bien hasta ahora no he sido tu amigo, cuando vaya,
¿me
dejarás entrar?
Pero, ¿qué me pasa? ¿Lloro?
Dios
mío, mira lo que me ha pasado.
Sólo
ahora he comenzado a ver con claridad...
Dios
mío, me voy... Será difícil regresar.
Qué
raro, ahora la muerte no me da miedo".