España es reconocible por Pol Amat, Edi Tubau, Santi Freixa, Álex Fábregas… Nombres que suenan cada cuatro años. Pero Ballbé no, de hecho se estrena en unos Juegos y disfruta como un niño en la villa olímpica. ¿Qué tiene Ballbé, entonces, para ganarse una historia? Es seminarista y tiene claro que su camino en la vida está orientado al sacerdocio, sintió esa llamada y después de los Juegos dejará el hockey para continuar con su formación.
Es un joven de 27 años que es parte activa de los chistes y los chascarrillos de la concentración. Pero hay algo especial en él desde aquel verano de 2005 en Medjugorje, un pueblo entre Bosnia y Croacia al que acudió como peregrino y que le marcó para siempre. Dos años después, tomó una decisión sustentada por su fe, inquebrantable desde que inició sus estudios en los colegios religiosos de La Farga y el Viaró. «Vi que mi camino iba por el sacerdocio. Ahí, en el curso 2007-08, estaba entrenando con la selección, que se preparaba para Pekín. Y fue tirarme al vacío», explica.
Tirarse al vacío significa irse a estudiar Teología a Pamplona en vez de continuar con el deporte, un caramelo para cualquier joven que sueña con ser una estrella y ganarlo todo. Pero esa no era la obsesión de Ballbé, él quería atender a la llamada de Dios. «Dejé todo. Y me buscó un equipo de San Sebastián a última hora y un sacerdote me dijo que podía compaginarlo. Cada año decía que era el último de hockey, pero siempre había alguna motivación para seguir».
La de ahora es evidente. A Litus, divertido y risueño, le hacía ilusión la experiencia olímpica y la llama le incentivó para aguantar un poco más antes de dedicarse al sacerdocio: «Este último año tenía seguro que no iba a jugar, pero tenía la opción de los Juegos. Compaginé el tema de parroquia y de selección y ha salido muy bien».
Habla con la serenidad del que está convencido de algo, enterrada su época adolescente. Salía de fiesta, conocía chicas e invertía su tiempo en los amigos, gente común. Hasta ese verano de Medjugorje, hasta esa señal divina: «Cada vez tengo más claro que el sacerdocio es mi camino, pero esto es como tener una novia. La idea es estar bien con ella, pero quizá no tienes seguro el que te vayas a casar», define. Su fe, hasta ahora, es innegociable. Seguirá el trayecto en Bélgica una vez termine el verano, nueva vida con el mismo fin.
En la zona común del equipo español, adornada con fotos y frases, Ballbé escribió una sentencia que aplica en todo: «Cada momento es una oportunidad única». Él la tiene en Londres, iluminado en el desfile de la ceremonia inaugural mientras se abrazaba al resto de la delegación española. Ahora toca una medalla y luego ya meditará: «Lo que no tengo claro es si me dedicaré a misiones, a ayudar a gente o a estar en una parroquia». Dios dirá.
Es espontáneo y convive con jóvenes que exprimen el manual de bromas: «No se cortan. Al principio alguno se frena y me dice que le avise si se pasan. Pero yo no soy un santo, para nada». Es Litus Ballbé.
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