1. De pequeño José Sarto (futuro S. Pío X) fue monaguillo en la parroquia. De aquella época es la siguiente anécdota:
En una ocasión, durante la catequesis parroquial, el párroco, para atraerse la atención de los niños, dijo: Regalaré una manzana a quien me diga dónde está Dios.
El pequeño José Sarto se levantó como un resorte y, con vivacidad, dijo inmediatamente: Y yo regalaré dos, si sabe alguien dónde Dios no está.
2. Hallándose cierto día el Papa san Pío X entre un grupo de cardenales, les preguntó:
- ¿Qué les parece lo más urgente hoy para salvar a la sociedad?
- Edificar escuelas-, contestó uno.
- No, replicó el Papa.
- Multiplicar las iglesias-, añadió otro.
- Tampoco.
- Reclutar más clero, dijo un tercero.
- Ni eso siquiera -repuso el Papa-. No. Lo más urgente ahora es tener en cada parroquia un núcleo de seglares virtuosos, y, al mismo tiempo, ilustrados, esforzados y verdaderos apóstoles.
3. San Pío X fue un gran catequista. Sintió la necesidad de hacer una urgente catequesis en la Iglesia universal. Nunca quiso abandonar los medios tradicionales de la catequesis y con su impulso se publicó el Catecismo que lleva su nombre. Hasta 1911 solía enseñar catecismo en el cortile de San Dámaso y en el de la Piña, en el Vaticano. También cada domingo invitaba a los feligreses de una parroquia de Roma, les celebraba la Santa Misa y les explicaba el Evangelio.
4. Se cuenta que en cierta ocasión una señora inglesa presentó a su hijo a san Pío X para que le diera la bendición.
- Espero que pronto pueda recibir la Primera Comunión, comentó la madre.
El Papa entabló un corto diálogo con el niño: ¿A quién recibirás en la Comunión?
-A Jesucristo, contestó sin dudar el niño.
- Jesucristo, ¿quién es?, volvió a preguntar san Pío X.
También esta vez la respuesta del chavalín fue rápida: Es Dios.
El Papa se dirigió entonces a la madre y le dijo: Tráigamelo mañana, y yo mismo le daré la Comunión.
5. Era evidente que Pío X se sentía desconcertado y tal vez un poco escandalizado, ante la pompa y la magnificencia del ceremonial en la corte pontificia. Cuando era patriarca de Venecia, prescindió de una buena parte de la servidumbre y no toleró que nadie, fuera de sus hermanas, le preparase la comida; como Pontífice, eliminó la costumbre de conferir títulos de nobleza a sus familiares. "Por disposición de Dios, solía decir, mis hermanas son hermanas del Papa. Eso debe bastarles".
En una ocasión, antes de cierta ceremonia, exclamó ante un viejo amigo suyo: "¡Mira cómo me han vestido!" y se echó a llorar. A otro de sus amigos, le confesó: "No cabe duda de que es una penitencia verse obligado a aceptar todas estas prácticas. ¡Me condujeron entre soldados, como a Jesús cuando le apresaron en Getsemaní!".
6. Los últimos días de su pontificado se vieron amargados por el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Precisamente semanas antes de su muerte, el embajador del Imperio austro húngaro pidió audiencia al Papa. El Santo Padre le recibió sentado en su trono del Salón de las Audiencias. Junto al trono, en pie, se encontraban el cardenal Secretario de Estado, Merry del Val, y la alta y delgada figura de monseñor Pacelli, que más tarde sería Pío XII.
El embajador dio a conocer el motivo de su audiencia: Santo Padre dijo : "millares de católicos figuran en los ejércitos de Austria y de Alemania. A través de mi persona, su majestad el Emperador de Austria Hungría pide a Su Santidad que bendiga a sus ejércitos que marchan a luchar contra las tropas de Serbia" .
San Pío X contestó inmediatamente: "No. Yo soy Papa, pero el Papa de todos los católicos del mundo, y no puedo bendecir a unos cuando van a luchar contra otros. Yo bendigo la paz, no la guerra". A continuación se levantó, y apoyado en el brazo de monseñor Pacelli se dirigió con pasos vacilantes hacia sus habitaciones particulares.
7. Aquel conflicto –I Guerra Mundial- fue para el Papa un golpe fatal. "Esta será la última aflicción que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para salvar a mis pobres hijos de esta terrible calamidad". Pocos días más tarde sufrió una bronquitis; al día siguiente, 20 de agosto, murió. Fue, en verdad, víctima de la Guerra.
"Nací pobre, he vivido en la pobreza y quiero morir pobre", dijo en su testamento. Demostró la verdad de aquellas palabras: su pobreza era tanta que hasta la prensa anticlerical quedó admirada.
Después del funeral en la basílica de San Pedro, Mons. Cascioli, escribió lo siguiente: "No tengo la menor duda de que este rincón de la cripta se convertirá, muy pronto, en un santuario, un centro de peregrinación . Dios glorificará ante el mundo a este Papa cuya triple corona fue la pobreza, la humildad y la bondad". Y así fue por cierto. El Pontificado de Pío X no fue tranquilo. Hubo muchos que le criticaron, lo mismo dentro que fuera de la Iglesia. Pero, al morir, todas las voces fueron una; desde todas partes, desde todas las clases surgió un llamado para que se reconociera la santidad de Pío X, el que fuera Giuseppe Sarto, hijo del cartero.
En 1923, los cardenales de la curia decretaron que se había abierto su causa, firmada por veintiocho prelados. En 1954, el Papa Pío XII canonizó solemnemente a su predecesor ante una enorme multitud que llenaba la Plaza de San Pedro, en Roma. Aquel fue el primer Papa al que se canonizaba desde Pío V, en 1672.
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