Mientras en España algunos tratan de desviar la atención sobre lo que verdaderamente está en juego cuando se trata del derecho a la vida, llegando incluso a exhibir todas sus miserias ideológicas con campañas “ad hominem” contra un magistrado por el hecho de ser miembro del Opus Dei, el Papa ha puesto una vez más el acento sobre lo esencial para animarnos a todos a proponer sin pudor el Evangelio de la Vida y a rezar para que crezca la ayuda hacia los niños cuya vida se ve amenazada, así como el compromiso de sostener a quienes se encuentran en dificultad para acoger una nueva vida y a las familias que han sido probadas por el drama del aborto.
Benedicto XVI lo ha hecho explícito en un mensaje a los responsables de la “Obra por la Adopción Espiritual del Concebido”, que este año celebra el vigesimoquinto aniversario de su fundación. La adopción espiritual consiste en rezar durante nueve meses un misterio del Rosario y una oración adicional con la intención de proteger la vida naciente amenazada en el seno materno. Este tipo de iniciativas tienen también una importante dimensión pública en cuanto que nos muestran cómo es posible, aun en una situación de evidente dificultad y hostigamiento cultural, dar testimonio de la fe que se profesa. Los católicos no tenemos ni queremos ningún privilegio, pero tampoco ser discriminados por el hecho de serlo. Somos ciudadanos con todos los derechos y deberes, y debemos poder rezar por los que van a nacer, por las madres gestantes y por las familias en dificultades, así como proponer en libertad la belleza y dignidad de toda la vida y de la vida de todos.
El aborto es un grave problema científico, político y social. Pero es también, y en gran medida, un serio problema moral para cualquiera, sea o no creyente. Todo hombre, si no quiere negar la realidad de las cosas, ha de procurar por todos los medios lícitos a su alcance que las leyes no permitan la muerte violenta de seres inocentes e indefensos. Esta verdad, que es posible comprender desde la razón rectamente formada, es aún más clara y profunda a la luz de la fe. Sabemos, por experiencia, que el olvido de Dios lleva con más facilidad al olvido de la dignidad humana y que quienes sufren los atropellos, con mayor frecuencia, son los más débiles. En este caso, los concebidos que van a nacer. Por eso es tan importante seguir librando, en este terreno, la batalla del Amor y de la Vida, con valentía, sin complejos y alzando la voz, en defensa de los que los que no la tienen, especialmente cada vez que alguien, en nombre de la libertad y la democracia, vulnere nuestros derechos fundamentales y se atreva a estigmatizarnos por el hecho de ser católicos.
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