Hace 15 años, Leticia, una joven burgalesa, decidió cambiar el traje blanco de campeona de esgrima por el hábito blanco de las madres dominicas de Lerma. Hoy es Sor María Leticia de Cristo Crucificado, maestra de novicias. Leticia nació en 1977, en una familia de clase media. Sus padres no solían ir a misa, pero procuraban que sus hijos acudieran a catequesis. «A los doce años dejé la parroquia; la misa la veía como un teatrillo», explica al periodista Jesús García en su reciente libro de testimonios «¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste?».
Joven y desapegada de la Iglesia, Leticia se volcó en el deporte. «Mi corazón buscaba el éxito. Sentía dentro de mí algo muy grande que dar, y la Iglesia me cortaba las alas». Descubrió la esgrima, y ese deporte le dio sus mayores éxitos, pero tras ellos sentía grandes vacíos. Fue tres veces campeona de España y llegó a ser seleccionada para los Juegos Olímpicos. «Fueron años de mucha satisfacción momentánea. Llegaba al hotel después de ganar y me sentía vacía. La gente me hacía creer que yo era Dios, y no lo era», relata. Por ese tiempo Leticia decidió unirse a una pandilla de rockabillys. «Vestíamos de cuero, tachuelas en la cazadora y cinturones con hebilla». Era una vida de peleas, drogas y alcohol, que no la llenaba.
Entonces una amiga le habló de una visita que había hecho a unas monjas de clausura, de cómo le había sorprendido la felicidad de sus rostros. Y Leticia visitó el convento para comprobarlo. «Eran felices sin tener nada, cuando yo no lo era teniéndolo todo». Poco después, bailando en una discoteca, comenzó a sentirse indispuesta, salió a la calle y encontró una iglesia. Entró en ella. «Fue la primera vez que experimenté que allí dentro, en una iglesia, existía algo, y era algo bueno, que me daba paz». Leticia pensó que debía dejar aquella vida y volver a la Iglesia. «En medio de todo eso se me cruzó Dios y ya nada se podía comparar. Dejé la esgrima por unos brazos amorosos que te acogen».
El éxito de Leticia crecía y le propusieron acudir a los Juegos Olímpicos de Atlanta, pero ella ya había decidido dejarlo todo. Conoció a unos jóvenes del Camino Neocatecumenal y entró en una comunidad. Pasado un tiempo, sintió que debía hacer una experiencia con las dominicas de Lerma. «Allí sentí que un amor absoluto me llenaba. Me encontré con una Persona que me quería como era, me encontré con Dios».
El 8 de septiembre de 1995 la exitosa esgrimista entró en el convento de las dominicas de Lerma. Hoy tiene treinta y tres años y es la maestra de novicias del convento. Conserva todas sus espadas y alguna vez les hace una demostración de esgrima a las chicas nuevas del convento.
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