Jueves XXXIII del tiempo ordinario. Texto del Evangelio (Lc 19,41-44):
En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».
En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».
Jesús llora por Jerusalén. La humanidad de Cristo se muestra con toda su fuerza a través de sus lágrimas.
Y vemos en El al Mesías impotente ante un corazón que no quiere abrirse a las llamadas insistentes del Amor.
Y vemos en El a un agorero de guerras y desgracias para una ciudad que se ha encerrado por dentro ante Aquel que ha querido visitarla como Príncipe de la Paz. “Donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre la vida, allí se abre el cielo… Allí las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido y los grandes problemas encuentran su solución” (Benedicto XVI, Homilía 23.09.2011)
Jesús llora, y sus lágrimas quieren quemar también nuestras resistencias y aislamientos.
Jesús llora, y sus lágrimas corren buscando lavar nuestras mezquindades e impurezas.
Jesús llora, y sus lágrimas rompen contra la roca de nuestro corazón para convertirlo en uno de carne, capaz de responder con amor al Amor.
No te canses de llorar, Jesús, porque a veces sólo tu llanto es lo único que puede meterse entre las rendijas de nuestra alma y poder ablandar así sus entrañas para recibir a Aquel que viene en el Nombre del Señor
Y vemos en El al Mesías impotente ante un corazón que no quiere abrirse a las llamadas insistentes del Amor.
Y vemos en El a un agorero de guerras y desgracias para una ciudad que se ha encerrado por dentro ante Aquel que ha querido visitarla como Príncipe de la Paz. “Donde dejamos que el amor de Dios actúe totalmente sobre la vida, allí se abre el cielo… Allí las pequeñas cosas de la vida cotidiana alcanzan su sentido y los grandes problemas encuentran su solución” (Benedicto XVI, Homilía 23.09.2011)
Jesús llora, y sus lágrimas quieren quemar también nuestras resistencias y aislamientos.
Jesús llora, y sus lágrimas corren buscando lavar nuestras mezquindades e impurezas.
Jesús llora, y sus lágrimas rompen contra la roca de nuestro corazón para convertirlo en uno de carne, capaz de responder con amor al Amor.
No te canses de llorar, Jesús, porque a veces sólo tu llanto es lo único que puede meterse entre las rendijas de nuestra alma y poder ablandar así sus entrañas para recibir a Aquel que viene en el Nombre del Señor
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