Entrevista con Andreana Bassanetti, fundadora de la asociación “Hijos en el cielo”
“Hijos en el cielo” es una asociación, una «escuela de fe y de oración», que ofrece un camino de fe y de esperanza para superar el dolor por la pérdida prematura de un hijo y reencontrarlo en el cielo, es decir en el misterio de Dios.
Ha fundado y anima esta asociación Andreana Bassanetti, psicóloga y psicoterapeuta de Parma, Italia, que no logró salvar del suicidio a su hija de veintiún años, Camilla.
Frente a este dolor por la muerte de su hija, Andreana tras seis meses en los que no lograba levantarse de la cama, logró salir de casa y encontró una iglesia abierta. Entró con la sensación de que alguien la esperaba desde hacía tiempo y desde aquel día, atraída por una fuerza desconocida, durante ocho meses, volvió a arrodillarse diariamente en aquellos bancos.
Leyendo los salmos, relata la psicóloga, «sentí una voz interior que pronunciaba palabras de amor. Más que una voz era un soplo caliente, intensísimo, como una melodía, un canto de palabras difuminadas, que me penetraba y me llenaba y me deshacía interiormente: lograba percibir confusamente sólo la palabra amor».
Bassanetti cuenta que «todo duró sólo una decena de segundos pero tuvo un efecto grandioso, milagroso, me liberó de la pesada mole que me paralizaba», y añade: «Sobre el monte el Señor provee, Dios me había dado un corazón nuevo. Me di cuenta de que estaba llorando: silenciosamente, lágrimas calientes me regaban el rostro. ¿Cómo se puede resistir a un amor tan grande?».
«Aquella noche fue para mí una noche en verdad santa, milagrosa --escribe la fundadora de «Hijos en el cielo»--. Volví a casa transformada, con el corazón lleno de gratitud, sellando en lo profundo las palabras del salmo 39: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Así l o cuenta a Zenit Andreana Bassanetti en esta entrevista.
-¿Como se puede superar un dolor tan fuerte como la muerte de una hija?
Cuando muere un hijo por causas accidentales o naturales, para un progenitor el tormento es indescriptible. Es el dolor más grande que un ser humano puede experimentar. Un desprendimiento tan lacerante que no se cicatriza nunca: la existencia del que se queda, si logra superarla, ya no volverá a ser nunca la misma, pero el Señor quita sólo para dar un don más grande.
Tras meses en los que no lograba soportar el dolor y pensaba morir también yo, el Señor me visitó verdaderamente y me colmó de gracias, me envolvió entre sus brazos maternos, me consoló, medicó mis heridas y sobre todo ablandó mi corazón, endurecido por el dolor. Tomé conciencia de Él, de su Misterio, de su Presencia, de su Espíritu que vivifica el alma, enciende el corazón y abre la mente al cielo. Y en la luz que me envolvía totalmente y me hacía renacer al amor y a la esperanza, reencontré a Camilla. La iglesia se convirtió en el lugar privilegiado de nuestros encuentros, un momento sublime de espera, de diálogo, de unión porque si el cuerpo acerca, el espíritu va más allá, une, funde, confunde.
Si hoy intento reconstruir mi historia personal, tratando de darle un orden cronológico, ya no puedo empezar desde la infancia. Comienza casi a los cincuenta años, con un acontecimiento tremendo, dramático, luctuoso, de fracaso, crucificante: la muerte de mi hija Camilla a sólo veintiún años. Aquel hecho me hizo encontrar a Dios.
O mejor, mi verdadera vida empezó cuando Dios hizo irrupción en mi vida. Trastocando todo pero sin desconcertar, revolucionando el orden y el sentido de antes, pero al mismo tiempo restituyendo a cada acontecimiento un sentido primordial que me precede, me anticipa y me sorprende cada vez.
Se trata de un sentido que me supera con mucho, me sobrepasa y que se sustrae a cualquier análisis psicológico o psicoanalítico. Un auténtico milagro que ha dado impulso verdadero a mi existencia.
-¿Cómo es posible dar gracias a Dios por el suicidio de una hija?
Hay verdades que el Señor ha escondido en el secreto de nuestro corazón, que requieren todo un largo camino en la oscuridad, exigen toda la fatiga de una búsqueda, hasta el encuentro con Él. Para reencontrar a los hijos en el Camino verdadero, la Verdad nos dice que sólo hay un Camino: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas, 9,23).
En lugar de rebelarse, queriendo el regreso de los hijos a una dimensión, el progenitor tiene que ir adelante, en su libertad de elección, negarse a sí mismo. Negar la maternidad-paternidad humana para elevarse a una maternidad-paternidad divina, en la nueva dimensión que el estado espiritual del propio hijo requiere.
Es importante no tener miedo del dolor. Aunque sea agudo y aparentemente incontenible, ninguna noche es tan larga que no permita la llegada de un nuevo día. Aunque el recorrido es largo y difícil, es bueno no dejarse aniquilar por el dolor sino respetar los propios estados de ánimo, secundando las exigencias interiores que, poco a poco, se manifiestan. No hay que apresurarse saltando etapas importantes que son un fundamento necesario y constructivo para sí y para toda la familia.
- Me imagino que esta experiencia habrá cambiado también su modo de trabajar…
Ciertamente. El objetivo ya no es sólo el bienestar, la salud de aquel chico o chica o adulto que ciertamente son siempre importantísimos. Juntos buscamos el encuentro con Dios, la salvación personal, en la libertad de las elecciones y en el respeto de los lenguajes personales.
La experiencia dolorosa que he vivido con Camilla me ayuda a que ningún otro sufra sus mismas penas, y esto lo ofrezco por su intercesión, a favor de todos los jóvenes de algún modo necesitados, y estoy segura de que ella junto con los chicos que están en el cielo con ella, está intercediendo por mí.
-En sus libros, usted habla del dolor de María ante la Pasión y la muerte de Jesús crucificado, ¿por qué?
Creo que hay que reflexionar sobre el misterio de María, una madre que ve la pasión, la muerte y la Resurrección de su hijo.
Hay que permanecer con María al pide de la Cruz y como ella sin temor penetrar en el misterio de la muerte, a la luz de quien la ha vencido, sabe transfigurar toda cruz en su resurrección.
Ella, la Madre de los dolores, que conoce bien el sufrimiento, que comprende bien toda existencia traspasada, ha hecho posible este misterio de gracia. Ella fue la primera que mantuvo abierta la puerta de su corazón humano destrozado para que la alegría divina fluyese en todo su esplendor y la obra de Dios se manifestase en toda su belleza. Por eso es testigo y modelo humilde y fiel de un misterio que va más allá de toda adversidad y tragedia humana, más allá de toda vida crucificada.
En mi opinión, hay en cada corazón una riqueza que no hay que descuidar, ni evitar, ni banalizar, ni remover. Es el corazón mismo de María, fuente efusiva de vida nueva, «causa de nuestra alegría», que nos da su bien más grande, Jesús.
-Usted afirma también que hay un nexo entre la familia, el dolor y la Eucaristía. ¿Nos lo explica?
Si la familia es una pequeña iglesia doméstica, como ha subrayado Juan Pablo II, una familia golpeada por un luto tan grande es un pequeño «tabernáculo viviente» que custodia celosamente la Hostia santa e inmaculada que se entrega a nosotros. El don que se hace Eucaristía, bien de gracia.
Cada vez que un padre y una madre, una hermana o un hermano, un «pobre más pobre», es decir, quien queda privado de su bien más querido, se me acerca y me abre su corazón traspasado, cansado de llorar, me postro en silenciosa adoración ante la Hostia que se hace visible desde ese tabernáculo. Y cada vez que alguien reaviva mi herida, se reaviva también el milagro de su Presencia y la riqueza que lleva consigo.
La Asociación «Hijos en el cielo» desarrolla un trabajo de acompañamiento a las familias a lo largo de un proceso de elaboración psicológica-espiritual del luto. Encamina a las familias a vivir la «lectio divina» para que la Palabra resuene en su vida personal. Hasta ahora, más de diez mil familias han entrado en contacto con esta asociación. Está activa en cerca de cien diócesis en Italia, España, en varios países de América Latina, en Estados Unidos, en Inglaterra y en Nueva Zelanda.
“Hijos en el cielo” es una asociación, una «escuela de fe y de oración», que ofrece un camino de fe y de esperanza para superar el dolor por la pérdida prematura de un hijo y reencontrarlo en el cielo, es decir en el misterio de Dios.
Ha fundado y anima esta asociación Andreana Bassanetti, psicóloga y psicoterapeuta de Parma, Italia, que no logró salvar del suicidio a su hija de veintiún años, Camilla.
Frente a este dolor por la muerte de su hija, Andreana tras seis meses en los que no lograba levantarse de la cama, logró salir de casa y encontró una iglesia abierta. Entró con la sensación de que alguien la esperaba desde hacía tiempo y desde aquel día, atraída por una fuerza desconocida, durante ocho meses, volvió a arrodillarse diariamente en aquellos bancos.
Leyendo los salmos, relata la psicóloga, «sentí una voz interior que pronunciaba palabras de amor. Más que una voz era un soplo caliente, intensísimo, como una melodía, un canto de palabras difuminadas, que me penetraba y me llenaba y me deshacía interiormente: lograba percibir confusamente sólo la palabra amor».
Bassanetti cuenta que «todo duró sólo una decena de segundos pero tuvo un efecto grandioso, milagroso, me liberó de la pesada mole que me paralizaba», y añade: «Sobre el monte el Señor provee, Dios me había dado un corazón nuevo. Me di cuenta de que estaba llorando: silenciosamente, lágrimas calientes me regaban el rostro. ¿Cómo se puede resistir a un amor tan grande?».
«Aquella noche fue para mí una noche en verdad santa, milagrosa --escribe la fundadora de «Hijos en el cielo»--. Volví a casa transformada, con el corazón lleno de gratitud, sellando en lo profundo las palabras del salmo 39: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». Así l o cuenta a Zenit Andreana Bassanetti en esta entrevista.
-¿Como se puede superar un dolor tan fuerte como la muerte de una hija?
Cuando muere un hijo por causas accidentales o naturales, para un progenitor el tormento es indescriptible. Es el dolor más grande que un ser humano puede experimentar. Un desprendimiento tan lacerante que no se cicatriza nunca: la existencia del que se queda, si logra superarla, ya no volverá a ser nunca la misma, pero el Señor quita sólo para dar un don más grande.
Tras meses en los que no lograba soportar el dolor y pensaba morir también yo, el Señor me visitó verdaderamente y me colmó de gracias, me envolvió entre sus brazos maternos, me consoló, medicó mis heridas y sobre todo ablandó mi corazón, endurecido por el dolor. Tomé conciencia de Él, de su Misterio, de su Presencia, de su Espíritu que vivifica el alma, enciende el corazón y abre la mente al cielo. Y en la luz que me envolvía totalmente y me hacía renacer al amor y a la esperanza, reencontré a Camilla. La iglesia se convirtió en el lugar privilegiado de nuestros encuentros, un momento sublime de espera, de diálogo, de unión porque si el cuerpo acerca, el espíritu va más allá, une, funde, confunde.
Si hoy intento reconstruir mi historia personal, tratando de darle un orden cronológico, ya no puedo empezar desde la infancia. Comienza casi a los cincuenta años, con un acontecimiento tremendo, dramático, luctuoso, de fracaso, crucificante: la muerte de mi hija Camilla a sólo veintiún años. Aquel hecho me hizo encontrar a Dios.
O mejor, mi verdadera vida empezó cuando Dios hizo irrupción en mi vida. Trastocando todo pero sin desconcertar, revolucionando el orden y el sentido de antes, pero al mismo tiempo restituyendo a cada acontecimiento un sentido primordial que me precede, me anticipa y me sorprende cada vez.
Se trata de un sentido que me supera con mucho, me sobrepasa y que se sustrae a cualquier análisis psicológico o psicoanalítico. Un auténtico milagro que ha dado impulso verdadero a mi existencia.
-¿Cómo es posible dar gracias a Dios por el suicidio de una hija?
Hay verdades que el Señor ha escondido en el secreto de nuestro corazón, que requieren todo un largo camino en la oscuridad, exigen toda la fatiga de una búsqueda, hasta el encuentro con Él. Para reencontrar a los hijos en el Camino verdadero, la Verdad nos dice que sólo hay un Camino: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas, 9,23).
En lugar de rebelarse, queriendo el regreso de los hijos a una dimensión, el progenitor tiene que ir adelante, en su libertad de elección, negarse a sí mismo. Negar la maternidad-paternidad humana para elevarse a una maternidad-paternidad divina, en la nueva dimensión que el estado espiritual del propio hijo requiere.
Es importante no tener miedo del dolor. Aunque sea agudo y aparentemente incontenible, ninguna noche es tan larga que no permita la llegada de un nuevo día. Aunque el recorrido es largo y difícil, es bueno no dejarse aniquilar por el dolor sino respetar los propios estados de ánimo, secundando las exigencias interiores que, poco a poco, se manifiestan. No hay que apresurarse saltando etapas importantes que son un fundamento necesario y constructivo para sí y para toda la familia.
- Me imagino que esta experiencia habrá cambiado también su modo de trabajar…
Ciertamente. El objetivo ya no es sólo el bienestar, la salud de aquel chico o chica o adulto que ciertamente son siempre importantísimos. Juntos buscamos el encuentro con Dios, la salvación personal, en la libertad de las elecciones y en el respeto de los lenguajes personales.
La experiencia dolorosa que he vivido con Camilla me ayuda a que ningún otro sufra sus mismas penas, y esto lo ofrezco por su intercesión, a favor de todos los jóvenes de algún modo necesitados, y estoy segura de que ella junto con los chicos que están en el cielo con ella, está intercediendo por mí.
-En sus libros, usted habla del dolor de María ante la Pasión y la muerte de Jesús crucificado, ¿por qué?
Creo que hay que reflexionar sobre el misterio de María, una madre que ve la pasión, la muerte y la Resurrección de su hijo.
Hay que permanecer con María al pide de la Cruz y como ella sin temor penetrar en el misterio de la muerte, a la luz de quien la ha vencido, sabe transfigurar toda cruz en su resurrección.
Ella, la Madre de los dolores, que conoce bien el sufrimiento, que comprende bien toda existencia traspasada, ha hecho posible este misterio de gracia. Ella fue la primera que mantuvo abierta la puerta de su corazón humano destrozado para que la alegría divina fluyese en todo su esplendor y la obra de Dios se manifestase en toda su belleza. Por eso es testigo y modelo humilde y fiel de un misterio que va más allá de toda adversidad y tragedia humana, más allá de toda vida crucificada.
En mi opinión, hay en cada corazón una riqueza que no hay que descuidar, ni evitar, ni banalizar, ni remover. Es el corazón mismo de María, fuente efusiva de vida nueva, «causa de nuestra alegría», que nos da su bien más grande, Jesús.
-Usted afirma también que hay un nexo entre la familia, el dolor y la Eucaristía. ¿Nos lo explica?
Si la familia es una pequeña iglesia doméstica, como ha subrayado Juan Pablo II, una familia golpeada por un luto tan grande es un pequeño «tabernáculo viviente» que custodia celosamente la Hostia santa e inmaculada que se entrega a nosotros. El don que se hace Eucaristía, bien de gracia.
Cada vez que un padre y una madre, una hermana o un hermano, un «pobre más pobre», es decir, quien queda privado de su bien más querido, se me acerca y me abre su corazón traspasado, cansado de llorar, me postro en silenciosa adoración ante la Hostia que se hace visible desde ese tabernáculo. Y cada vez que alguien reaviva mi herida, se reaviva también el milagro de su Presencia y la riqueza que lleva consigo.
La Asociación «Hijos en el cielo» desarrolla un trabajo de acompañamiento a las familias a lo largo de un proceso de elaboración psicológica-espiritual del luto. Encamina a las familias a vivir la «lectio divina» para que la Palabra resuene en su vida personal. Hasta ahora, más de diez mil familias han entrado en contacto con esta asociación. Está activa en cerca de cien diócesis en Italia, España, en varios países de América Latina, en Estados Unidos, en Inglaterra y en Nueva Zelanda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario