En septiembre falleció la Hermana Antonia, Jesuitina de Elche. En el Colegio celebramos la santa misa por su eterno descanso. Antes de terminar el mes de noviembre quiero que la recordemos pidiendo por ella. Las palabras que siguen formaron parte de la homilía de aquel día.
El día en que la Iglesia celebraba la exaltación de la Santa Cruz, la Hermana Antonia atravesaba el umbral de la Casa del Padre.
Después de unas semanas de intensa lucha contra una enfermedad que la sorprendió por su rapidez, y su inmisericorde dureza, la Hermana Antonia se encontró con Aquel que puso en ella la semilla de la vocación, se encontró plenamente con el que la llamó desde la eternidad a una vida de entrega total por el Evangelio.
Estuvo luchando hasta el final y rodeada del afecto y la fortaleza de sus hermanas. Su cuerpo se iba deshaciendo, pero su fe y su confianza en el Señor se fortalecían a golpe de dolor y sufrimiento.
Durante el curso de vez en cuando hablaba conmigo. Y siempre encontraba despierto en ella el deseo de darse hasta el final, el deseo de entregarse a su vocación y a la tarea encomendada mientras tuviera fuerzas y el Señor quisiera. En el mes de julio vino a despedirse, como lo hacía cada año, invitándome a ir a la residencia que las Hijas de Jesús tenéis en la Torre de la Horadada. Le dije que lo intentaría… Le pregunté por su salud y me dijo que tenía dolores pero que sería seguramente por el esfuerzo tan intenso que se hacía al final de curso. Nos dimos un abrazo y nos despedimos… pidiéndonos mutuamente oraciones. Ahora, muchas veces me encomiendo a ella, que desde la Casa del Padre, será todavía más eficaz y su ayuda más certera.
El día en que la Iglesia celebraba la exaltación de la Santa Cruz, la Hermana Antonia cerró los ojos para este mundo y los abrió para el cielo. Los últimos pasos hacia la eternidad los dio de un modo silencioso, discreto, sin hacer demasiado ruido… Su corazón, trabajado por años de fidelidad, dejo de latir ese día, o mejor, empezó a latir al ritmo inmenso del Corazón del Resucitado, porque ahora está inmersa plenamente en Aquel que ha sido siempre su Señor, Su Alimento y su Consuelo.
Se habrá presentado ante el Padre con la humildad de la sierva fiel y trabajadora que ha intentado hacer fructificar los talentos recibidos: le presentará su niñez y su adolescencia; le presentará ese momento en que, sintiendo la mirada amorosa del Señor que se lo pedía todo, ella se lo dio y ya nunca volvió la vista atrás. Le presentará su vida de religiosa… su esfuerzo por vivir intensamente la entrega en la vida cotidiana, abrazada a la pobreza que le ha hecho libre; abrazada a la castidad que le ha hecho enamorarse cada vez más de Cristo y verlo en cada persona que se acercaba a ella, especialmente en los niños; abrazada a la obediencia que iba moldeando su vida para que se reflejara en ella la misma vida de Cristo… Ella le presentará su últimos momentos, que fueron momentos dolorosos, es verdad, pero también momentos de una gracia inmensa, porque Dios le concedió identificarse con Cristo Crucificado… Y al morir el 14 de septiembre el mensaje que el Señor nos quiere dar es muy sencillo: que nunca la Cruz es maldición, ni desgracia, ni abatimiento. La Cruz no es sólo sufrimiento, ni enfermedad, ni dolor. La Cruz es la ocasión donde nos encontramos con todo el amor de Cristo… donde Cristo nos abraza con toda su fuerza… porque es precisamente en esos momentos cuando más frágiles y débiles nos sentimos.
Ella habrá presentado su vida ante el Padre…. Pero el Padre le recordará no sólo su vida sino todo el amor que ella ha ido dejando en el corazón de otras vidas, de tanta gente… le irá recordando todo el cariño, la paz y la alegría que ha ido sembrando en tantas personas… Aparecerán delante de ella rostros de todos los que ha querido… aparecerán ante ella rostros de niños, jóvenes, adultos y ancianos que ha recibido de ella el detalle de un desvelo, una palabra de aliento, una mirada de aprecio…
Y el Padre también le recordará los momentos que ha pasado en oración… abriendo su alma, reparando por los pecados de todos, dando gracias, alabándole, intercediendo… llorando. El Padre le estará mostrando esos momentos de intimidad donde ella se fue forjando por dentro… o mejor donde Cristo la fue transformando en su interior… A veces no nos damos cuenta, pero los instantes más importantes de nuestra vida son aquellos en los que sólo Dios ha sido el espectador de nuestra existencia… Y ella en ese instante habrá visto como un río caudaloso de oraciones que ha bañado las orillas de sus años, y se habrá dado cuenta de que muchas gracias de Dios han sido debidas a las súplicas de tantas personas que la han querido: oraciones de sus padres y familiares, oraciones de las hermanas de la Congregación, oraciones de los niños que la han tenido en clase, oraciones de sus padres… oraciones de toda la Iglesia que siempre está pidiendo por sus hijos e hijas…
Demos gracias a Dios por el regalo de esta mujer. Demos gracias a Dios por la entrega de su vida. Demos gracias a Dios por el modo cómo ha llevado su enfermedad y su dolor… Se fue en silencio… pero en el cielo había una gran fiesta: entraba con la llave de las llegas de la Pasión en su cuerpo… y entraba el día de la fiesta de al Exaltación de la Santa Cruz… Cada herida se ha convertido en una huella de luz… Cada dolor en un canto de gloria. Cada sufrimiento en un torrente de resurrección.
La hermana Antonia no nos ha dejado. Desde la casa del Padre estará más cerca de nosotros…intercediendo… Sus exequias fueron el día de la Virgen de las Angustias… Ella será la que la habrá recibido en las puertas del cielo… abrazándola con el abrazo tierno de la Madre. Descanse en paz.
El día en que la Iglesia celebraba la exaltación de la Santa Cruz, la Hermana Antonia atravesaba el umbral de la Casa del Padre.
Después de unas semanas de intensa lucha contra una enfermedad que la sorprendió por su rapidez, y su inmisericorde dureza, la Hermana Antonia se encontró con Aquel que puso en ella la semilla de la vocación, se encontró plenamente con el que la llamó desde la eternidad a una vida de entrega total por el Evangelio.
Estuvo luchando hasta el final y rodeada del afecto y la fortaleza de sus hermanas. Su cuerpo se iba deshaciendo, pero su fe y su confianza en el Señor se fortalecían a golpe de dolor y sufrimiento.
Durante el curso de vez en cuando hablaba conmigo. Y siempre encontraba despierto en ella el deseo de darse hasta el final, el deseo de entregarse a su vocación y a la tarea encomendada mientras tuviera fuerzas y el Señor quisiera. En el mes de julio vino a despedirse, como lo hacía cada año, invitándome a ir a la residencia que las Hijas de Jesús tenéis en la Torre de la Horadada. Le dije que lo intentaría… Le pregunté por su salud y me dijo que tenía dolores pero que sería seguramente por el esfuerzo tan intenso que se hacía al final de curso. Nos dimos un abrazo y nos despedimos… pidiéndonos mutuamente oraciones. Ahora, muchas veces me encomiendo a ella, que desde la Casa del Padre, será todavía más eficaz y su ayuda más certera.
El día en que la Iglesia celebraba la exaltación de la Santa Cruz, la Hermana Antonia cerró los ojos para este mundo y los abrió para el cielo. Los últimos pasos hacia la eternidad los dio de un modo silencioso, discreto, sin hacer demasiado ruido… Su corazón, trabajado por años de fidelidad, dejo de latir ese día, o mejor, empezó a latir al ritmo inmenso del Corazón del Resucitado, porque ahora está inmersa plenamente en Aquel que ha sido siempre su Señor, Su Alimento y su Consuelo.
Se habrá presentado ante el Padre con la humildad de la sierva fiel y trabajadora que ha intentado hacer fructificar los talentos recibidos: le presentará su niñez y su adolescencia; le presentará ese momento en que, sintiendo la mirada amorosa del Señor que se lo pedía todo, ella se lo dio y ya nunca volvió la vista atrás. Le presentará su vida de religiosa… su esfuerzo por vivir intensamente la entrega en la vida cotidiana, abrazada a la pobreza que le ha hecho libre; abrazada a la castidad que le ha hecho enamorarse cada vez más de Cristo y verlo en cada persona que se acercaba a ella, especialmente en los niños; abrazada a la obediencia que iba moldeando su vida para que se reflejara en ella la misma vida de Cristo… Ella le presentará su últimos momentos, que fueron momentos dolorosos, es verdad, pero también momentos de una gracia inmensa, porque Dios le concedió identificarse con Cristo Crucificado… Y al morir el 14 de septiembre el mensaje que el Señor nos quiere dar es muy sencillo: que nunca la Cruz es maldición, ni desgracia, ni abatimiento. La Cruz no es sólo sufrimiento, ni enfermedad, ni dolor. La Cruz es la ocasión donde nos encontramos con todo el amor de Cristo… donde Cristo nos abraza con toda su fuerza… porque es precisamente en esos momentos cuando más frágiles y débiles nos sentimos.
Ella habrá presentado su vida ante el Padre…. Pero el Padre le recordará no sólo su vida sino todo el amor que ella ha ido dejando en el corazón de otras vidas, de tanta gente… le irá recordando todo el cariño, la paz y la alegría que ha ido sembrando en tantas personas… Aparecerán delante de ella rostros de todos los que ha querido… aparecerán ante ella rostros de niños, jóvenes, adultos y ancianos que ha recibido de ella el detalle de un desvelo, una palabra de aliento, una mirada de aprecio…
Y el Padre también le recordará los momentos que ha pasado en oración… abriendo su alma, reparando por los pecados de todos, dando gracias, alabándole, intercediendo… llorando. El Padre le estará mostrando esos momentos de intimidad donde ella se fue forjando por dentro… o mejor donde Cristo la fue transformando en su interior… A veces no nos damos cuenta, pero los instantes más importantes de nuestra vida son aquellos en los que sólo Dios ha sido el espectador de nuestra existencia… Y ella en ese instante habrá visto como un río caudaloso de oraciones que ha bañado las orillas de sus años, y se habrá dado cuenta de que muchas gracias de Dios han sido debidas a las súplicas de tantas personas que la han querido: oraciones de sus padres y familiares, oraciones de las hermanas de la Congregación, oraciones de los niños que la han tenido en clase, oraciones de sus padres… oraciones de toda la Iglesia que siempre está pidiendo por sus hijos e hijas…
Demos gracias a Dios por el regalo de esta mujer. Demos gracias a Dios por la entrega de su vida. Demos gracias a Dios por el modo cómo ha llevado su enfermedad y su dolor… Se fue en silencio… pero en el cielo había una gran fiesta: entraba con la llave de las llegas de la Pasión en su cuerpo… y entraba el día de la fiesta de al Exaltación de la Santa Cruz… Cada herida se ha convertido en una huella de luz… Cada dolor en un canto de gloria. Cada sufrimiento en un torrente de resurrección.
La hermana Antonia no nos ha dejado. Desde la casa del Padre estará más cerca de nosotros…intercediendo… Sus exequias fueron el día de la Virgen de las Angustias… Ella será la que la habrá recibido en las puertas del cielo… abrazándola con el abrazo tierno de la Madre. Descanse en paz.
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