Pedro-Juan Viladrich. Blog El Sexto Sentido. 22.11.2009
En el reciente XI Congreso Católicos y Vida Pública se ha manifestado el descontento de muchos contra la omisión del Gobierno Aznar en la cuestión del aborto. Con mayoría absoluta en su segunda legislatura no derogó la ley y “mirando a otro lado” toleró una práctica masiva y fraudulenta de los tres supuestos despenalizados. Esta decepción se alimenta de cierta suposición implícita. De Aznar, y de otros dirigentes del PP, se esperaba una gobernación comprometida con la postura católica en favor del nasciturus, por la sencilla razón de que tales personajes pasan por “católicos” ante su electorado católico.
Sorprende esta suposición a estas alturas. Pensar que el PP —como el PNV— son partidos católicos, en el sentido de que tales instituciones políticas “confiesen” la fe y la moral de la Iglesia católica como obligación institucional, es algo más que ingenuidad por parte de sus electores. No hay partido político que, aunque lo diga, sea “el católico”. La Iglesia no puede tener un partido político propio, ni prohijado, porque ni la escena política es su fin, ni el poder político su medio.
El problema católico con la política —la independencia de instituciones, ámbitos, métodos y fines entre Dios y el César— lo causa Jesucristo. A diferencia de otras religiones, Jesucristo no se trajo un modelo de Estado, ni siquiera de sociedad civil. Reveló que era el Hijo de Dios hecho Hombre. Anunció que venía a redimir a cada persona de sus pecados, con su amor de Cruz, e invitó a seguirle. Dejó claro que su Reino no es de este mundo, que donde quiere Dios habitar es en nuestra alma y que esta intimidad no pertenece al César. Aunque a Occidente le ha costado sudor y sangre, le ha venido de perlas esforzarse en independizar religión y política. Ocurre que la propuesta de Jesucristo es más radical que una autonomía de soberanías entre lo político y lo eclesiástico. Por eso no basta sólo con un diálogo institucional entre Estado e Iglesia. Lo de Dios y el César se dijo ante todo para la conciencia de cada persona, para que la mantenga libre y no esclava del César. Y ahí, “en el alma y no en la hacienda”, es donde cada uno debe honrar la verdad y el bien antes que los intereses del poder, el dinero o las mil formas de dominación del prójimo. Este compromiso personal, cuando la ocasión lo requiera, lo debemos en lo familiar, profesional, social y también político.
Vamos ahora a la omisión o a la complicidad con el aborto. Es tan absurdo esperar de un partido que sea confesional y católico, como aceptar que Aznar, u otros políticos, se nos cobijen en “razones institucionales” de partido o de Gobierno. Claro que ningún partido es confesional católico. Menuda obviedad e imposible. Son las personas, no las instituciones políticas. Es cada político, en cuanto persona, cuando pasa por “católico” ante el electorado, quien está obligado por su conciencia con la fe y moral católicas. Si no están dispuestos, tampoco deberían “usar” el cartel electoral de “católicos” en su negocio político. Bono, Urkullu y otros deberían tomar nota.
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