martes, 8 de diciembre de 2009

NOVENA DE LA INMACULADA. EL MISTERIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Excmo. y Rvdmo. Dr. D. Rafael Palmero Ramos, Obispo de Orihuela-Alicante. LA VERDAD. 08.12.2009

Quizá sea bueno recordar las circunstancias que dieron pie al magno acontecimiento de la definición dogmática del misterio de la Concepción Inmaculada de María. Se encontraba el Papa Pío IX refugiado en Gaeta, para librarse de los revolucionarios que le perseguían con saña. Desde allí dirigió una carta a todos los Obispos de la ciudad y del orbe, pidiendo que, ellos y sus fieles, recurrieran a la Santísima Virgen, Refugio de pecadores y consuelo de los afligidos, para obtener la libertad y seguir trabajando en la solución de los problemas que preocupaban a la Santa Iglesia de Dios.

Y, ya en directo, el Papa aprovechó para rogar que manifestaran su opinión y la de sus fieles, acerca del misterio de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen. Está, pensaba el Papa, enraizada esta verdad en la entraña de la vida de la Iglesia, desde tiempos muy remotos.
Contestaron 543 Cardenales, Arzobispos y Obispos, afirmando que en sus Diócesis era creencia generalizada y vivida entre los católicos el misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María. Manifestaban, a su vez, el deseo de que dicha verdad fuera declarada dogma de fe. Con ello, se daría gloria a la Trinidad, se contribuiría al fortalecimiento de la fe en el pueblo cristiano y se llenarían de gozo los creyentes. Con este sentir generalizado de la Iglesia, el Papa Pío IX decidió colocar en la frente de nuestra Madre, una perla preciosa que refulge en su corona tanto como las demás.

Tras los preparativos pertinentes, se señaló el 8 de diciembre de 1854 como fecha de la definición dogmática. Multitud de cristianos de todo el orbe acudieron a Roma, deseosos de participar en el acontecimiento, queriendo aclamar a la Madre de Dios en el momento que Pío IX pronunciara la fórmula ritual. La verdad revelada por Dios se encontraba contenida en el depósito de la fe, esto es en la Sagrada Escritura y en la Tradición. Inspirado por el Espíritu Santo, el Papa enseñaba esta verdad con su autoridad suprema, a todos los hijos de la Iglesia.
El Santo Padre apareció en la silla gestatoria, especie de trono portátil, al uso en aquel momento. Al entrar en la Basílica Vaticana, una explosión de entusiasmo le acompañó mientras llegaba por la nave central al altar papal. Después del Evangelio, cantado en griego y en latín, un Cardenal se acercó al trono pontificio y en nombre de todos los Obispos del orbe, pidió, por última vez y de forma oficial, que el Santo Padre, se dignara proceder a la proclamación del dogma inmaculista.

La Capilla Sixtina entonó el Veni Creator Spiritus, seguido por la multitud presente. Concluido el canto, con voz grave y solemne se leyó la bula Ineffabilis Deus, canto sublime de alabanza al misterio inmaculista. En él se hace un historial del contenido y su significado, de la creencia fundada en el depósito de la fe y compartida por el pueblo fiel cristiano desde los primeros tiempos de la Iglesia, y de la conveniencia de la definición dogmática para fomentar la devoción mariana. Redundará, se añadía, en gloria de la Santísima Trinidad. Han sido consultados, se recordaba, todos los Obispos del orbe católico.

Momento clave

La lectura de esta Bula pontificia que lleva por título Ineffabilis Deus fue el momento más emotivo. En ella se hace un historial minucioso, saturado de citas de la sagrada Escritura, y se resume la enseñanza de los Santos sobre el tema. Estas fueron las palabras textuales:
'Con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos, que la doctrina que defiende que la bienaventurada Virgen María fue preservada y exenta de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción, por gracia y privilegio especial de Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, está revelada por Dios, y en consecuencia debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles. Y si alguno, lo que Dios no permita, presumiere admitir una creencia contraria a Nuestra definición, sepa que ha naufragado en la fe y está separado de la Iglesia'.

No es fácil expresar y actualizar el entusiasmo de los asistentes al acto, los aplausos, las lágrimas, el amor y la ternura brotaron de la multitud, al ver a la Virgen Madre coronada con esta diadema refulgente. Ni hay palabras para revivir con realismo los sentimientos que latían en el corazón de los asistentes.

Aquel 8 de diciembre de 1854 quedó grabado para siempre con letras de oro en los anales de la santa Iglesia. En él se hizo justicia a la Madre de Dios, que también es Madre nuestra, declarando, a la luz del mediodía, uno de los dogmas más consoladores de nuestra fe.

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