martes, 29 de diciembre de 2009

LA VIRGEN DE LA VENIDA ECHA DE MENOS A ALGUIEN


Una de las imágenes más típicas de las fiestas de la Venida es contemplar a la Virgen de la Asunción en su trono, saliendo en procesión, rodeada de niños. Esos infantes representan la inocencia y la limpieza interior del ser humano. Están alrededor de la Virgen soportando el frío del ambiente y la incomodidad del trono. Con las manos juntas, como si estuvieran sosteniendo una continua oración, y mirando a la imagen, o a la gente, intentando descubrir cerca al padre o a la madre, o al hermano o a la abuela…, y así sentirse más seguros.

Esa imagen tan tradicional para un ilicitano me ha hecho recordar que la Virgen de la Venida echa de menos a alguien en estas fiestas.

Echa en falta a tantas personas que tendrían que estar disfrutando de estos días pero que no están. Echa de menos a tantos jóvenes que podrían estar en el Tamarit acogiendo el arca con la Virgen, pero que no están. Echa de menos a tantos adolescentes que podrían alegrarse con la venida a caballo de Cantó a nuestra ciudad, pero que no están. Echa de menos a tantos niños que podrían estar corriendo por las calles, jugando en nuestros parques, envueltos en sus abrigos, alumbrando la procesión de la Virgen, pero que no están.

La Virgen de la Venida echa de menos a tantos ilicitanos ausentes a los que no se les ha permitido nacer y que ahora serían bebés llevados de paseo por sus padres por la Glorieta, o por las calles que rodean Santa María, o visitando a la Virgen que les espera en la Basílica. La Virgen echa de menos a tantas personas que empezaron a vivir, pero que han sido eliminadas por una selección de “calidad”: no respondían a los parámetros deseados, tendrían algún defecto o algún síndrome que los hiciera “diferentes”, o sencillamente porque eran un “problema”.

Y la Virgen no entiende nada. No entiende cómo los ilicitanos podemos llamarla Madre y eliminar –sin compasión- vidas de niños. No entiende cómo podemos emocionarnos ante su paso por nuestras calles y no sentir la ausencia de los que han sido destrozados como residuos humanos. No entiende cómo podemos cantarle cánticos que salen del corazón y olvidar fácilmente las nanas que no cantaremos nunca a niños a los que no se les ha permitido nacer.

Y la Virgen no entiende nada. No entiende cómo podemos disfrutar las fiestas que alegran nuestra vida y sepultar en la indiferencia nuestra sensibilidad por los más débiles. No entiende que se nos llene la boca de felicitaciones y parabienes y no hablemos con claridad en defensa de la vida.

La Virgen de la Venida echa de menos a tantos que deberían estar y no están. Pero Ella ha encontrado el remedio. Ella se ha rodeado de esos hermanos nuestros que ahora serían niños, adolescentes y jóvenes pero que nos les han permitido ver la luz del día. Ellos existen. Están en Dios. Están en la Casa del Padre. Y son los que realmente forman parte del cortejo de la Virgen de la Venida. Ellos rodean a María y le susurran al oído el nombre de sus padres, que están entre la gente, y ese susurro se convierte en una oración de intercesión: “Pídele a tu Hijo que los perdone porque no saben lo que han hecho”. Junto a la Virgen hay muchos hermanos nuestros que no vemos pero que están. Son inocentes cuya sangre derramada será Vida para todos nosotros.

La Virgen de la Venida ya no echa en falta a nadie. Ha convocado a su alrededor a todos los ilicitanos que han sido expulsados de este mundo impidiéndoles nacer, y ahora están cantándole en el coro de los ángeles.

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