El Cura de Ars había observado a un campesino que todas las tardes dejaba sus aperos en la puerta de la iglesia al volver del campo, entraba y se quedaba sentado en silencio durante largo rato.
Un día, el Cura de Ars se le acercó:
«Buen hombre, ¿qué hace aquí en silencio?».
A lo que el campesino, asombrado por la pregunta, le contestó:
«Estoy ante mi Señor. Él me mira y yo le miro a Él».
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