Francisco Rodríguez Barragán Licenciado en Historia, Geografía y Derecho. ANALISIS DIGITAL. 15.05.10
Con motivo de la primera Comunión de dos de mis nietas alguien dijo: Ya habéis salido de éstas, ya sólo queda la pequeña, aunque para entonces a lo mejor ya no se lleva. El comentario me resultó desagradable y ha venido a mi mente una y otra vez y me ha hecho reflexionar.
Posiblemente la persona que hizo el comentario no conoce el valor de la Eucaristía y no entiende lo que representa que Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, nos dejará su propio Cuerpo para estar siempre con nosotros, dentro de nosotros, para formar parte de su Iglesia y anunciar a todas las gentes la buena noticia del amor de Dios y la salvación por medio de Cristo.
Pero la forma en que gran parte de los cristianos celebramos la primera Comunión de nuestros hijos quizás justifica que parezca a los ojos de muchos como una moda, como un acto social lleno de boato, que de alguna manera deja en penumbra, casi hasta hacerlo desaparecer, el hecho inefable de participar por primera vez en la Cena del Señor.
Pero la forma en que gran parte de los cristianos celebramos la primera Comunión de nuestros hijos quizás justifica que parezca a los ojos de muchos como una moda, como un acto social lleno de boato, que de alguna manera deja en penumbra, casi hasta hacerlo desaparecer, el hecho inefable de participar por primera vez en la Cena del Señor.
En este sentido yo también deseo que esta forma de celebración sea una moda que pase pronto de llevarse. Es lamentable que este día los niños estén pensando más en los regalos que recibirán, que en el gran regalo de la Comunión. También es lamentable que lo más importante ese día sea el traje o el restaurante o los invitados o las fotografías y que el coste de todo ello resulte una carga onerosa para la familias.
Me apena que para muchos niños su primera Comunión sea también la última, ya que forman parte de esa gran mayoría de familias que se dicen católicas para añadir, de inmediato, “aunque no practicantes”. Pues sería mejor que dejaran de practicar estas fiestas por un acontecimiento cuyo contenido esencial no valoran, ya que no acuden a celebrar cada domingo la Eucaristía y no digamos nada del sacramento de la Penitencia ya que, al parecer, como “todo el mundo es bueno” y ha perdido la conciencia de pecado, nadie se siente necesitado de perdón.
Los padres transmitimos lo que, en la práctica, vivimos día a día y si en ese día a día no hay vivencia religiosa de la fe, de la esperanza y el amor, ni conciencia de pertenecer a la Iglesia de Jesús, resulta difícil, aunque no imposible, que los hijos vivan una vida religiosa, más aún cuando el ambiente social que nos rodea nos lleva a todos a prescindir de cualquier esfuerzo para dominar nuestros instintos y llegar a ser más personas y al ateismo práctico de prescindir de Dios como innecesario por creernos autosuficientes.
La santidad del sacramento de la Eucaristía exige una profunda reflexión sobre el uso que se hace del mismo con motivo de las Primeras Comuniones.
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