lunes, 29 de julio de 2013

EL EXTRAÑO


Unos cuantos años después que yo naciera, mi padre conoció a un extraño, recién llegado a nuestra pequeña población. Desde el principio, mi padre quedó fascinado con este encantador personaje, y enseguida lo invitó a que viviera con nuestra familia.
El extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros. Mientras yo crecía, nunca pregunté su lugar en mi familia; en mi mente joven ya tenía un lugar muy especial.
 Mis padres eran instructores complementarios:
Mi madre me enseñó lo que era bueno y lo que era malo y mi padre me enseñó a obedecer. Pero el extraño era nuestro narrador. Nos mantenía hechizados por horas con aventuras, misterios y comedias. Él siempre tenía respuestas para cualquier cosa que quisiéramos saber de política, historia o ciencia. ¡Conocía todo lo del pasado, del presente y hasta podía predecir el futuro!
 El extraño llevó a mi familia al primer partido de fútbol. Me hacía reír, y me hacía llorar. El extraño nunca paraba de hablar, pero a mi padre no le importaba. A veces mi madre se levantaba temprano y callada se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad, mientras que el resto de nosotros estábamos pendientes para escuchar lo que tenía que decir el extraño. (Ahora me pregunto si ella habrá rogado alguna vez, para que el extraño se fuera.)
 Mi padre dirigió nuestro hogar con ciertas convicciones morales, pero el extraño nunca se sentía obligado a honrarlas. Las blasfemias, las malas palabras, por ejemplo, no se permitían en nuestra casa… ni por parte de nosotros, ni de nuestros amigos o de cualquiera que nos visitase. Sin embargo, nuestro extraño visitante lograba sin problemas usar su lenguaje inapropiado que a veces quemaba mis oídos y que hacía que mi padre se retorciera y mi madre se ruborizara.
 Mi padre nunca nos dio permiso para tomar alcohol. Pero el extraño nos animó a intentarlo y a hacerlo regularmente. Hizo que los cigarrillos parecieran frescos e inofensivos. Hablaba libremente (quizás demasiado) sobre sexo. Sus comentarios eran a veces evidentes, otras sugestivos, y generalmente vergonzosos.
 Ahora sé que mis conceptos sobre las relaciones humanas fueron influenciados fuertemente durante mi adolescencia por el extraño. Repetidas veces mis padres lo criticaron, pero nunca hizo caso a los valores de mis padres,  y aun así permaneció en nuestro hogar.
 Han pasado más de cincuenta años desde que el extraño se mudó con nuestra familia. Desde entonces ha cambiado mucho; ya no es tan fascinante como era al principio. No obstante, si hoy usted pudiera entrar en la casa de mis padres, todavía lo encontraría sentado en su esquina, esperando por si alguien quiere escuchar sus charlas o dedicar su tiempo libre a hacerle compañía...
 ¿Su nombre?
Nosotros lo llamamos TV...

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