viernes, 2 de agosto de 2013

REFLEXIONES SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO XVIII (C)

1.En el Evangelio de este domingo, la enseñanza de Jesús se refiere precisamente a  la verdadera sabiduría y está introducida por la petición de uno entre la multitud:  «Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia» ( Lc 12, 13). Jesús,  respondiendo, pone en guardia a quienes le oyen sobre la avidez de los bienes  terrenos con la parábola del rico necio, quien, habiendo  acumulado para él una  abundante cosecha, deja de trabajar, consume sus bienes divirtiéndose y se hace la  ilusión hasta de poder alejar la muerte. Pero Dios le dijo: “Necio! Esta misma  noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, para quién serán?”  ( Lc 12, 20). El hombre necio, en la Biblia, es aquel que no quiere darse cuenta,  desde la experiencia de las cosas visibles, de que nada dura para siempre, sino que  todo pasa: la juventud y la fuerza física, las comodidades y los cargos de poder.
Hacer que la propia vida dependa de realidades tan pasajeras es, por lo tanto,  necedad. El hombre que confía en el Señor, en cambio, no teme las adversidades  de la vida, ni siquiera la realidad ineludible de la muerte: es el hombre que ha  adquirido «un corazón sabio», como los santos.  (BENEDICTO XVI, Angelus 01.08.2010)
 
 2. Jesús concluye la parábola con las palabras: «Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios». En qué consiste esta manera diferente de enriquecerse lo explica Jesús poco después, en el mismo Evangelio de Lucas: «Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 33-34). Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue a todas partes, también después de la muerte: no son los bienes , sino las obras; no lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho. Lo más importante de la vida no es por lo tanto tener bienes, sino hacer el bien. El bien poseído se queda aquí abajo; el bien hecho lo llevamos con nosotros (R. Cantalamessa)

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