“¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz?. No, sino división”
¿Cómo
entender esta expresión tan fuerte del Señor?
La
paz que Cristo vino a traer
- no
es sinónimo de una simple ausencia de conflictos.
- no
es una especie de conformismo ante las injusticias reinantes
- no
puede ser una apática indiferencia ante los atentados contra la vida humana en
todas sus dimensiones
- no
puede ser silencio ante las mentiras que manipulan a las gentes
- no
puede ser tranquilidad ante la difusión del mal en todas sus formas
- no
es un estar mirando hacia otro lado cuando se pisotean los derechos de Dios y
del hombre
Si
así fuera se cumplirían una vez más
aquellas palabras que tanto hemos oído “El triunfo del mal es posible gracias a
la pasividad de los buenos”. O mejor estas palabras del Papa Francisco que nos
despiertan de nuestro letargo de “buenismo”: “Le tengo miedo a los cristianos
que están quietos. Terminan como el agua estancada”.
La
paz de Cristo
-
es
fruto de una guerra, de una lucha contra el mal. No es un combate contra
hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, Satanás
que va difundiendo su anti-evangelio a través de personas e instituciones.
Incluso a veces hemos sido cada uno de nosotros los sembradores de esta sombra,
o bien por omisión o por comisión, participando con palabras o hechos en
acontecimientos que se oponen a Jesucristo y su Evangelio.
-
es
fruto de una guerra que consiste en “ahogar el mal con abundancia de bien”.
Como nos dirá San Francisco: donde hay odio, poner amor; donde hay mentira,
verdad; donde hay duda, fe…
Aquellos
que quieren ser fieles al Señor, a ese amor que es fuego, luz y verdad, deberán
sufrir necesariamente las incomprensiones
de los que no quieren acoger ni el fuego, ni la luz, ni el amor, ni la
verdad de Cristo. Y, sin buscarlo, esos cristianos se convertirán, como Cristo,
en signos de contradicción incluso dentro de su misma casa.
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