“A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (Lc 2, 6ss.)
Una vez más estas frases, pronunciadas en la Misa de Nochebuena, nos llegan a lo más profundo, y dibujan dentro de nosotros los trazos del misterio que celebramos. Lo dibujan con imágenes que hemos ido forjando en familia, con recuerdos de vivencias infantiles, pero también muchas de ellas han surgido en la oración, en esos momentos de intimidad en los que El nos transmitía la certeza de que ese Niño de Belén había nacido para ti y para mí.
La celebración litúrgica nos abre las puertas al misterio de la Navidad. Dejemos que este Misterio nos atraiga y nos introduzca en aquella noche santa. Dejemos que este Misterio nos envuelva con su luz y despierte en nosotros el asombro, la emoción, la alegría y la generosidad.
Dejemos que el Espíritu Santo, en la liturgia de la Navidad, nos convierta en Belén, en ese pesebre donde el Niño nace; en ese pesebre donde el Niño quiere estar y descansar.
Dejemos que los ángeles, a través de los cantos de la Nochebuena, nos hagan ser pastores y corramos a adorarle hecho pan en el altar; y postrarnos ante un Dios tan grande que se hace pequeño por amor, niño recién nacido, indefenso y necesitado.
Esta Nochebuena el Dios Todopoderoso quiere transformarnos por dentro… y llenarnos de su presencia, porque para eso ha nacido en Belén, para que tu y yo seamos su casa, su morada, su hogar.
Señor, no tuviste sitio en la posada… pero yo estoy preparado para recibirte… Tengo sitio para Ti. Porque sin Ti se me hielan los sentimientos y el alma. Porque sin Ti me vuelvo duro de corazón y de palabra hiriente. Porque sin Ti me encierro en mí y me olvido del otro. Porque sin Ti estoy a oscuras, sin paz, sin amor, sin gracia, sin perdón, sin esperanza…
Pero esta noche me hago una pregunta, que tal vez compartáis conmigo: ¿seré un hogar digno para Dios?. Esta noche de Navidad, tan llena de luz, puedo ver con mayor facilidad, por contraste, la oscuridad de mi alma, mis grietas. Mis deficiencias y perezas. Mis infidelidades y olvidos. Mis rencores y autosuficiencias. Mi tibieza y cobardía… Y esta noche, ante este panorama que contemplo en mí, y ante el Señor que quiere nacer dentro de mí, me viene la duda: ¿seré digno de El?.
La respuesta la encuentro contemplando el belén. Sabemos que en la Baja Edad Media y al comienzo de la Edad Moderna, el pesebre era representado como un edificio desvencijado, ruinoso. Así lo hemos querido representar este año en la parroquia. Todavía se puede ver en él algún brillo de su antiguo esplendor… pero está agrietado, en ruinas. Ya no es un palacio sino un establo. Fue algo hermoso…, ahora está herido por la miseria y el abandono.
Este modo de representar el misterio de la Navidad tiene algo de verdad. El Mesías, descendiente de David, se encuentra al nacer con un trono en ruinas… La antigua gloria de Israel ha pasado. Ahora no reina un rey noble, sino un déspota. Herodes, rey cruel y malvado. Pero no reina verdaderamente él, sino otro por él: el Emperador romano… Y en ese ambiente de dejadez, sin el brillo de la antigua grandeza, nace el Salvador… Y esta es precisamente la Buena Noticia: que Dios llena con su presencia e inunda con su luz lo que parece indigno y pobre… Las ruinas se convierten en trono del Hijo de Dios. Lo que parece acabado vuelve a renacer porque el Salvador lo toca con su Nacimiento.
También tu y yo somos como ese palacio desvencijado, llenos de grietas… Y le decimos: Señor, aunque no soy digno de Ti, nace en mí. Reconstrúyeme. Repara mi ser. Dame fuerza para levantarme. Dame tu gracia y con ella podré seguirte. Sácame de las ruinas en las que me metí por mis pecados… No quiero vivir lejos de Ti, porque sin Ti no soy nada, como unos ladrillos dispersos, sin sentido.
Esta es la Buena Noticia de la Navidad: por Amor Dios quiere nacer en medio de las ruinas de nuestra vida para que descubramos, para que nos demos cuenta, cuánto nos ama… y así podamos recuperar lo que hemos perdido: la inocencia en la mirada; la pureza en el corazón; la generosidad sin límites; la alegría incondicional…
Ese pesebre agrietado evoca también la situación actual por la que estamos pasando todos. Hay una crisis económica fruto de una crisis moral. Todo se vuelve más frágil: el trabajo, las relaciones familiares y sociales, el interés por los demás…, y aparece la gran grieta del egoísmo, del pensar sólo en uno mismo.
Y poco a poco nos vamos rindiendo a la fatalidad… ¡Esto no tiene arreglo!. Y se actualiza aquello que hemos escuchado en la primera lectura: “el pueblo caminaba en tinieblas…”
Pero también hoy vuelve a cumplirse la profecía de Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande, una gran luz les brilló…”
Y esa luz, lo sabemos, es el Niño que nace en el establo, y nos dice:
- Que no necesitamos muchas cosas para ser felices…,sólo estar rodeados de gente que nos quiera… y tener dentro la gracia de Dios, la presencia de un Dios que nos quiere de un modo incondicional.
- Que El se identifica principalmente con el más débil y el más indefenso… ¿Cuál es el rostro de Dios?: Tuve hambre, estaba desnudo, estaba enfermo, fui forastero, encarcelado, sediento…
- Que no somos un número, una cifra en una estadística o un nombre en un censo… Cada uno es, a partir de la encarnación del Verbo, el motivo principal de ser Dios con nosotros.
Dejemos que el Misterio nos atraiga… y salgamos hoy de esta iglesia restaurados… llenos de una alegría y paz que nada ni nadie nos podrá quitar porque proceden de un Dios que por Amor nace niño en un establo..., entre ruinas.
Cuanto Amor es capaz de traer un niño recien nacido y cuanta ternura solo desde la pequeñez y la sencillez nos entenderemos con Dios y nos llenaremos de El.
ResponderEliminarFeliz Navidad y gracias por tu compartir
GRAN HOMILIA PARA REFLEXIONAR.
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