El Espíritu Santo ya ha actuado. El Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J. ya es Franciso, el Papa que Dios nos ha regalado para hacer presente el ministerio de Pedro en esta etapa de la historia. Pero, ¿qué sabemos de él?, ¿qué estilo pastoral tiene?, ¿cómo ha enfocado las grandes cuestiones pastorales de su diócesis argentina?. Son preguntas que nos hacemos en estos momentos y que poco a poco encontrarán respuesta.
Ahora sólo quiero aportar al blog algo que sin duda puede ayudarnos a conocer algo de cómo él, siendo arzobispo de Buenos Aires, ha enfocado el Año de la Fe que estamos viviendo. Publicamos su Carta qué él escribió con motivo de este acontecimiento eclesial. Su meditación nos puede ayudar para sintonizar cuanto antes con el nuevo Papa.
"Cruzar
el umbral de la fe"
Carta del cardenal Jorge Mario
Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires por el Año de la Fe (1 de octubre de 2012)
A los sacerdotes, consagrados,
consagradas y fieles laicos de la arquidiócesis
Queridos hermanos:
Entre las experiencias más fuertes
de las últimas décadas está la de encontrar puertas cerradas. La creciente
inseguridad fue llevando, poco a poco, a trabar puertas, poner medios de
vigilancia, cámaras de seguridad, desconfiar del extraño que llama a nuestra
puerta. Sin embargo, todavía en algunos pueblos hay puertas que están abiertas.
La puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy. Es algo más que un simple
dato sociológico; es una realidad existencial que va marcando un estilo de
vida, un modo de pararse frente a la realidad, frente a los otros, frente al
futuro. La puerta cerrada de mi casa, que es el lugar de mi intimidad, de mis
sueños, mis esperanzas y sufrimientos así como de mis alegrías, está cerrada
para los otros. Y no se trata sólo de mi casa material, es también el recinto
de mi vida, mi corazón. Son cada vez menos los que pueden atravesar ese umbral.
La seguridad de unas puertas blindadas custodia la inseguridad de una vida que
se hace más frágil y menos permeable a las riquezas de la vida y del amor de
los demás.
La imagen de una puerta abierta ha
sido siempre el símbolo de luz, amistad, alegría, libertad, confianza. ¡Cuánto
necesitamos recuperarlas! La puerta cerrada nos daña, nos anquilosa, nos
separa.
Iniciamos el Año de la fe y paradójicamente la imagen que propone el Papa es la de la puerta, una puerta que hay que cruzar para poder encontrar lo que tanto nos falta. La Iglesia, a través de la voz y el corazón de Pastor de Benedicto XVI, nos invita a cruzar el umbral, a dar un paso de decisión interna y libre: animarnos a entrar a una nueva vida.
Iniciamos el Año de la fe y paradójicamente la imagen que propone el Papa es la de la puerta, una puerta que hay que cruzar para poder encontrar lo que tanto nos falta. La Iglesia, a través de la voz y el corazón de Pastor de Benedicto XVI, nos invita a cruzar el umbral, a dar un paso de decisión interna y libre: animarnos a entrar a una nueva vida.
La puerta de la fe nos remite a los
Hechos de los Apóstoles: “Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo
que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la
puerta de la fe” (Hechos 14,27). Dios siempre toma la iniciativa y no quiere
que nadie quede excluido. Dios llama a la puerta de nuestros corazones: Mira,
estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en
su casa y cenaré con él, y él conmigo (Ap. 3, 20). La fe es una gracia, un
regalo de Dios. “La fe sólo crece y se fortalece creyendo; en un abandono
continuo en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande
porque tiene su origen en Dios”
Atravesar esa puerta supone
emprender un camino que dura toda la vida mientras avanzamos delante de tantas
puertas que hoy en día se nos abren, muchas de ellas puertas falsas, puertas
que invitan de manera muy atractiva pero mentirosa a tomar camino, que prometen
una felicidad vacía, narcisista y con fecha de vencimiento; puertas que nos
llevan a encrucijadas en las que, cualquiera sea la opción que sigamos,
provocarán a corto o largo plazo angustia y desconcierto, puertas
autorreferenciales que se agotan en sí mismas y sin garantía de futuro.
Mientras las puertas de las casas están cerradas, las puertas de los shoppings
están siempre abiertas. Se atraviesa la puerta de la fe, se cruza ese umbral,
cuando la Palabra de Dios es anunciada y el corazón se deja plasmar por la
gracia que transforma. Una gracia que lleva un nombre concreto, y ese nombre es
Jesús. Jesús es la puerta. (Juan 10:9) “Él, y Él solo, es, y siempre será, la
puerta. Nadie va al Padre sino por Él. (Jn. 14.6)” Si no hay Cristo, no hay camino
a Dios. Como puerta nos abre el camino a Dios y como Buen Pastor es el Único
que cuida de nosotros al costo de su propia vida.
Jesús es la puerta y llama a nuestra
puerta para que lo dejemos atravesar el umbral de nuestra vida. No tengan
miedo… abran de par en par las puertas a Cristo nos decía el Beato Juan
Pablo II al inicio de su pontificado. Abrir las puertas del corazón como lo
hicieron los discípulos de Emaús, pidiéndole que se quede con nosotros para
que podamos traspasar las puertas de la fe y el mismo Señor nos lleve a
comprender las razones por las que se cree, para después salir a anunciarlo.
La fe supone decidirse a estar con el Señor para vivir con él y compartirlo
con los hermanos.
Damos gracias a Dios por esta
oportunidad de valorar nuestra vida de hijos de Dios, por este camino de fe que
empezó en nuestra vida con las aguas del bautismo, el inagotable y fecundo
rocío que nos hace hijos de Dios y miembros hermanos en la Iglesia. La meta, el
destino o fin es el encuentro con Dios con quien ya hemos entrado en comunión y
que quiere restaurarnos, purificarnos, elevarnos, santificarnos, y darnos la
felicidad que anhela nuestro corazón.
Queremos dar gracias a Dios porque
sembró en el corazón de nuestra Iglesia Arquidiocesana el deseo de contagiar y
dar a manos abiertas este don del Bautismo. Este es el fruto de un largo camino
iniciado con la pregunta ¿Cómo ser Iglesia en Buenos Aires? transitado por el
camino del Estado de Asamblea para enraizarse en el Estado de Misión como
opción pastoral permanente.
Iniciar este año de la fe es una
nueva llamada a ahondar en nuestra vida esa fe recibida. Profesar la fe con la
boca implica vivirla en el corazón y mostrarla con las obras: un testimonio y
un compromiso público. El discípulo de Cristo, hijo de la Iglesia, no puede
pensar nunca que creer es un hecho privado. Desafío importante y fuerte para
cada día, persuadidos de que el que comenzó en ustedes la buena obra la
perfeccionará hasta el día, de Jesucristo. (Fil.1:6) Mirando nuestra realidad,
como discípulos misioneros, nos preguntamos: ¿a qué nos desafía cruzar el
umbral de la fe?
Cruzar el umbral de la fe nos desafía
a descubrir que si bien hoy parece que reina la muerte en sus variadas formas y
que la historia se rige por la ley del más fuerte o astuto y si el odio y la
ambición funcionan como motores de tantas luchas humanas, también estamos
absolutamente convencidos de que esa triste realidad puede cambiar y debe
cambiar, decididamente porque “si Dios está con nosotros ¿quién podrá contra
nosotros? (Rom. 8:31,37)
Cruzar el umbral de la fe supone no
sentir vergüenza de tener un corazón de niño que, porque todavía cree en los
imposibles, puede vivir en la esperanza: lo único capaz de dar sentido y
transformar la historia. Es pedir sin cesar, orar sin desfallecer y adorar para
que se nos transfigure la mirada.
Cruzar el umbral de la fe nos lleva a implorar para cada uno “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2, 5) experimentando así una manera nueva de pensar, de comunicarnos, de mirarnos, de respetarnos, de estar en familia, de plantearnos el futuro, de vivir el amor, y la vocación.
Cruzar el umbral de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente en la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es acompañar el constante movimiento de la vida y de la historia sin caer en el derrotismo paralizante de que todo tiempo pasado fue mejor; es urgencia por pensar de nuevo, aportar de nuevo, crear de nuevo, amasando la vida con “la nueva levadura de la justicia y la santidad”. (1 Cor 5:8)
Cruzar el umbral de la fe nos lleva a implorar para cada uno “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2, 5) experimentando así una manera nueva de pensar, de comunicarnos, de mirarnos, de respetarnos, de estar en familia, de plantearnos el futuro, de vivir el amor, y la vocación.
Cruzar el umbral de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente en la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es acompañar el constante movimiento de la vida y de la historia sin caer en el derrotismo paralizante de que todo tiempo pasado fue mejor; es urgencia por pensar de nuevo, aportar de nuevo, crear de nuevo, amasando la vida con “la nueva levadura de la justicia y la santidad”. (1 Cor 5:8)
Cruzar el umbral de la fe implica
tener ojos de asombro y un corazón no perezosamente acostumbrado, capaz de
reconocer que cada vez que una mujer da a luz se sigue apostando a la vida y al
futuro, que cuando cuidamos la inocencia de los chicos garantizamos la verdad
de un mañana y cuando mimamos la vida entregada de un anciano hacemos un acto
de justicia y acariciamos nuestras raíces.
Cruzar el umbral de la fe es el
trabajo vivido con dignidad y vocación de servicio, con la abnegación del que
vuelve una y otra vez a empezar sin aflojarle a la vida, como si todo lo ya
hecho fuera sólo un paso en el camino hacia el reino, plenitud de vida. Es la
silenciosa espera después de la siembra cotidiana, contemplar el fruto recogido
dando gracias al Señor porque es bueno y pidiendo que no abandone la obra de
sus manos. (Sal 137)
Cruzar el umbral de la fe exige
luchar por la libertad y la convivencia aunque el entorno claudique, en la
certeza de que el Señor nos pide practicar el derecho, amar la bondad, y
caminar humildemente con nuestro Dios. (Miqueas 6:8)
Cruzar el umbral de la fe entraña la
permanente conversión de nuestras actitudes, los modos y los tonos con los que
vivimos; reformular y no emparchar o barnizar, dar la nueva forma que imprime
Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y su evangelio de vida,
animarnos a hacer algo inédito por la sociedad y por la Iglesia; porque “El que
está en Cristo es una nueva criatura”. (2 Cor 5,17-21)
Cruzar el umbral de la fe nos lleva a perdonar y saber arrancar una sonrisa, es acercarse a todo aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su nombre, es cuidar las fragilidades de los más débiles y sostener sus rodillas vacilantes con la certeza de que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros hermanos al mismo Jesús lo estamos haciendo. (Mt. 25, 40)
Cruzar el umbral de la fe nos lleva a perdonar y saber arrancar una sonrisa, es acercarse a todo aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su nombre, es cuidar las fragilidades de los más débiles y sostener sus rodillas vacilantes con la certeza de que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros hermanos al mismo Jesús lo estamos haciendo. (Mt. 25, 40)
Cruzar el umbral de la fe supone
celebrar la vida, dejarnos transformar porque nos hemos hecho uno con Jesús en
la mesa de la eucaristía celebrada en comunidad, y de allí estar con las manos
y el corazón ocupados trabajando en el gran proyecto del Reino: todo lo demás
nos será dado por añadidura. (Mt. 6.33)
Cruzar el umbral de la fe es vivir en
el espíritu del Concilio y de Aparecida, Iglesia de puertas abiertas no sólo
para recibir sino fundamentalmente para salir y llenar de evangelio la calle y
la vida de los hombres de nuestros tiempo.
Cruzar el umbral de la fe para
nuestra Iglesia Arquidiocesana, supone sentirnos confirmados en la Misión de
ser una Iglesia que vive, reza y trabaja en clave misionera.
Cruzar el umbral de la fe es, en
definitiva, aceptar la novedad de la vida del Resucitado en nuestra pobre carne
para hacerla signo de la vida nueva.
Meditando todas estas cosas miremos
a María, que Ella, la Virgen Madre, nos acompañe en este cruzar el umbral de la
fe y traiga sobre nuestra Iglesia en Buenos Aires el Espíritu Santo, como en
Nazaret, para que igual que ella adoremos al Señor y salgamos a anunciar las
maravillas que ha hecho en nosotros.
Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de
Buenos Aires
1 de octubre de 2012. Fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús
1 de octubre de 2012. Fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús
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