Ayer, ante las palabras de
Benedicto XVI, las últimas dirigidas a todos nosotros como Papa de la Iglesia,
he vuelto a recordar aquel pasaje del Evangelio en el que Jesús preguntaba a
los apóstoles: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. Los apóstoles le ofrecieron al Maestro una
lluvia de respuestas: “Unos dicen que
es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los
profetas”. Después les preguntará
directamente a ellos, mirándoles a los ojos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?”. Silencio total. Simón Pedro
responderá con fuerza: “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.
Benedicto XVI, el Sucesor de Pedro, nos ha mostrado
con sus últimas palabras que para comprender realmente a la Iglesia, para
descubrirla en toda su belleza, percibiendo también en ella –en su justa
medida- aquello que la afea que es el pecado de todos sus miembros, es preciso
que estemos dentro de ella amándola. Si no es así la veremos desenfocada, como
una caricatura donde lo negativo se resalta para mostrarla grotesca y terrible.
En la última audiencia de Benedicto XVI, el Sucesor
de Pedro ha roto todos los clichés que muchos medios de comunicación –tal vez
de buena fe pero con información sesgada- han vertido sobre la Iglesia en estos
últimos meses.
Ante la insistencia de las noticias que proclamaban
la soledad del Papa, él ha dicho, con claridad, que nunca se ha sentido solo:
ha notado la cercanía del Señor, la ayuda de los Cardenales, la de sus
colaboradores directos, la Curia Romana, los fieles de Roma y de todo el mundo.
Ante la sospecha de una Iglesia ingobernable por la
debilidad de un Papa –bueno, pero
rodeado de lobos-, una Iglesia manejada por determinados intereses oscuros,
Benedicto XVI afirma con fuerza: “la barca de la Iglesia no es mía, ni vuestra,
sino de Cristo… Es El el que la conduce, verdaderamente por medio de
hombres que El ha elegido, porque así El lo ha querido”.
Ante muchos que han comparado el final de su
pontificado con el de Juan Pablo II para exclamar que este Papa se ha bajado de
la cruz, Benedicto XVI proclama con humildad: “No abandono la cruz, sino que
estoy de un modo nuevo junto a Cristo Crucificado”
Ante la opinión de no pocas personas que han tenido
acceso últimamente a los medios de comunicación diciendo que el motivo de la
renuncia del Papa era poder estar más tranquilo y sosegado, dedicándose a lo
que le gustaba -la oración, el estudio y la música- Benedicto XVI ha
dicho, con palabras que reflejan su
coherencia de vida, que su renuncia no es un buscarse a sí mismo sino motivada
por el bien de la Iglesia.
Creo que esta última audiencia del Papa Benedicto ha
sido el mejor regalo que nos ha hecho en el Año de la Fe: su testimonio de ser
y vivir “en y para” Cristo y la Iglesia.
¡Gracias, Santo Padre!
Autor: Vicente Martínez. Párroco de El Salvador. Elche
AHORA YA , SOLO EL AMOR ES SU EJERCICIO ... <3
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